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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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CREO QUE NO ESTÁ de más que, aprovechando las fechas de la Navidad, que es cuando el hombre se dedica a comer, traigamos a escena la gastronomía inventada, parece ser, que por los americanos del norte, que llaman gastronomía-basura, consistente, según me explican, en una cierta forma de bocadillo descomunal, formado por dos mitades de un bollo de blando tejido, henchido por los más diversos productos, creo que comestibles, como son o pueden ser la lechuga, coliflor o berza, el tomate, una ración de carne picada, procedente de cualquiera de los animales que están autorizados para pasar por la artesa. Si a este compendio de frutos misteriosos se les añade unos chorros de salsa picante, entonces el fruto gana en volumen y en precio. Pasa a llamarse en el mercado, «hamburguesa» y quienes lo venden en lugar de titularse carnicería, restaurante o comidas y bebidas, se le dice «hamburguesería». El precio, en consonancia con los contenidos no sobrepasa el precio de un artículo de consumo humilde y verdaderamente errante, y los muchachos y los niños, las chicas con melena flotante como las yegüecillas para costumbrismos ecuestres, se lanzan sobre el manjar y se ponen gordas como camellas en situación de parto... En realidad y dígase lo que se quiera para disimular, la hamburguesa es una comida de bajo precio, y de calorías discutibles y de precio sostenible, pero bajo, cuanto más bajo más sabroso. Alimentar a la familia a base de hamburguesas es exponerla a múltiples alteraciones; como es la frenética ampliación de nuestra naturaleza, los comedores de este alimento-basura, como se le llama, se redondean y advierten que sus medidas comerciales abortan todos los planes y se miran al espejo para cerciorarse de sus redondeces y de su fealdad. Pero, mi querida compañera de trabajo, no por eso ha de cambiarse precipitadamente de menú, porque si el plan hamburguesería no es lo aconsejable, el plan Mediterráneo, o sea las lentejas, los garbanzos y las alubias de La Bañeza, tampoco son productos aconsejables, cuando se conoce la existencia del jamón, por ejemplo, de la langosta o de la paella con bogavante. Los científicos y sabedores de los efectos de una alimentación prudente y de gustos varios, debieran estudiar las dificultades con que se tropieza el gastrónomo para equilibrar sus menús sin caer ni en lo trivial ni en lo estrafalario. Porque a nadie se le ocurriría, digo yo, que precisamente en la Nochebuena, se aconsejara servir en la mesa familiar, con música de villancicos, lentejas rellenas, o pieles de gambas al ajillo. Ni comer es devorar cuanto se nos ponga delante, aunque sean hamburguesas, ni tampoco limitar la ración a las medidas estrictas de 90-60-90, que es medida para sílfides y para racionadas anormales. Contra la comida basura, la comida tradicional mejorar. Y dejemos para los americanos, que sus razones tendrán, que les alimenten mediante perritos calientes y combinaciones basura. Y lo dicho: «Dios firme en este día la paz sobre nuestras cabezas»...