Diario de León

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REVIENTA andorgas esta moda del cenorrio de empresa, partido (también empresa) o peña (que busca serlo). Es costumbre de poco a acá, cosa de antier, rutina algo estomagante desde que nos suponemos nadando en la ambulancia. Y es decreto. Tararí, dijo el gerente o el baranda, y firmes todos con galas de convite se presentan, tiesas las ganas, alto el moño, presto el verbo, a flor el chiste gordo y en ristre el venablo mascullado: mira el cabrón del jefe de personal, ya está arrimando el material al putón de Maripuri, la secre pelota, la semáforo (la llaman así porque a partir de las dos no la respeta nadie). Estas cenas son para eso, para cagarte en los demonios, si es limosna de dirección, o para pillar peaje o cacho, si es escotado el contubernio. Bobos se ponen ellos y tontinas casi todas (y con taconazo que aúpe lo menguado). En algunas de estas cenas se puede, o se exige, llevar a la señora, a la santa, pero mayormente el personío prefiere gobernarse por la vieja conseja: «Si te invitan a cenar, nunca lleves bocadillo». De todas las cenas que estos días se celebran, me conmueven las de partido, las de trinchera y facción. Tienen mucho de sopa boba, de culto al jefe y de figuración obligada en los pases de lista; hay que estar allí o el «¿quéhaydelomío?» puede atollarse en el barro de los muertos o en la gatera de los espabilados. Pero, además, en un mismo partido hay varias cenas, muchas: las generales con provincia en bandolera y algún jerifalte de la regional, las de agrupación local con regalito a las paisanas, las de concejales con regalito de constructor, las de diputados o senadores con amigos arrimados, las de simpatizantes, externos, mediopensionistas... ¿será por cenas?... Pero las buenas cenas de partido, las últimas cenas del año, no se convocan públicamente, son cenas secretas, las de trastienda en restaurante alejado, cenas de bando con chismes, delaciones y conjuras a los postres, cenas en las que, más que comer, se guisa... o se adoba el crimen. Y date por jodido, Romanín, que van por tí. Quienes se ilusionan con estos fastos suelen decir que odian la Navidad... y al jefe, al paripé, la espesa concurrencia y la hipocresía espumillada que adorna los turrones duros de familia. Pero van y roen. Sueño que un día se prohíban o se conviertan en desayunos donde, al menos, todos están dormidos.

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