CRÉMER CONTRA CRÉMER
¡Joder, qué tropa!
CONFIESO, A TORO pasado, que hasta que el señor Rajoy, miembro de la Asamblea Nacional, que dirían los franceses; hasta que el presidente de un partido político tan bien entonado, tan de centro, soltara lo de «¡Joder qué tropa!» recordando al Romanones a la espera de ser proclamado nada menos que Académico de la Lengua, hasta ese momento histórico, el que tiene el honor de suscribir la presente, no se atrevió ni a mencionar el suceso. Y mucho menos, claro es, a repetir el exabrupto del aspirante a dirigir los destinos de los bien hablados del país. Pero una vez que al señor Mariano Rajoy se le soltó la lengua, nunca se sabe si en defensa de Alberto Ruiz Gallardón o en amparo de la Biedma (doña Esperanza Aguirre), me considero en libertad para pedir licencia y entrar en el juego. Un juego, según los politólogos, que habrá de tener consecuencias y que muy bien o muy mal podría cambiar el rumbo de los destinos peninsulares. Y el caso fue, como todos ustedes sabrán, que doña Esperanza Aguirre encomendó la redacción de unas memorias a una periodista de pluma larga y poco discernimiento y el resultado fue que entre líneas se escaparon algunos gazapos que han constituido el motivo de regocijo nacional más desencadenado. Se han venido celebrando presentaciones del citado libro de memorias a todos los niveles, y todos, absolutamente han tenido motivo para sacar a relucir errores, ligerezas y salidas de pie de banco. Naturalmente la pugna obligó a que ambos a dos, el señor Gallardón y la doña Esperanza, se devolvieran los rosarios de la abuelita y se retiraran la palabra que salva. Y el Partido Popular, que en paz o en guerra continuaba descansando, se sintió maltrecho y los análisis de las grandes empresas electoralistas corrieron a apuntar un tanto. ¿A quién? ¿A doña Esperanza, que corriera a disculparse para no romper el equilibrio del partido? No, sino precisamente al enemigo común, el solícito, sonriente y constante jefe del Gobierno, don José Luis Rodríguez Zapatero, el cual apreció como un triunfo personal lo que en puridad solamente era y es posible que continúe siendo un incidente, fruto de la ambición de los unos, de los otros y de los de más allá. De todo lo cual se desprende una conclusión sabia que es la de analizar y elegir de entre todos los que aspiran al cargo, sea este merecido o no (que en eso nadie entra) sean escogidos con tan exquisito cuidado que nada ni nadie pueda encontrar una fisura por la que se desprendan gases tóxicos que puedan perjudicar al partido, sea este blanco o azul, dado que todos son lo mismo o El bailarín y el trabajador, que decía Jacinto Benavente. ¿Por qué, ahora que todavía están a tiempo no se eliminan de entre los Representativos a figuras tan poco populares como Acebes, Pepino, o Zaplana, dado que ni ellos aciertan a dar una en el clavo, ni acumulan puntos positivos con su gestión personal? Nadie puede dudar de que don Alberto y doña Esperanza constituyen un patrimonio valioso para su partido, pero preguntamos ingenuamente: ¿Hasta el punto de arriesgarlo todo en una jugada? Porque es posible que Romanones tuviera razón cuando proclamaba a modo de denuncia nacional: ¡Joder, qué tropa!