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SECURA de nieves, la peña está nidia, son navidades de helada seca y negra... La suerte se fue al mar de los jubiletas cazurros porque alicantina se puso la cosa de la fortuna, así que un tsunami de pastizara arrasó las tiendas pijas de Benidorm. Las caras algo legionarias de estas calles legionenses eran ayer de puro coitus interruptus, gozo aplazado, marcha atrás en las fantasías que antes del día bobín de la lotería todos cocemos en la mollera de los lujos y las venganzas, porque el zambombazo de gordos y décimos bulímicos está para eso, para poder exagerar y cagarse en el jefe, gran placer si en frío se sirve. Cuando la esquiva suerte del juego nos da esquinazo, el cazurrín patriotero y desgarganté no puede echarle la culpa a la conjura nacional y vecinal que, aseguran, no dejan de inspirar la fatalidad leonesa de robos y calamidades, ni procede acusar al numen borde y catastrófico que decimos engrasa las desgracias que están haciendo cola ante nuestra racial quejumbre (y mira que hubo gente comprando décimos que terminaran en gárgola, por aquello de que la calamidad gótica convoca a las brujas del pelotazo ojival). Si se tomaran las lagriminas de decepción de los millones de gentes que ayer, bien de mañana, comprobaron que la suerte les segó sus delirios fantaseados, si se pudieran recoger todos esos lloros, sería como un pantano y podríamos regalar esos hectómetros a los secos de Murcia para que tuviesen un trasvase por la cara. Otros años, al menos, tocaba por aquí y por esas montañas la consabida lotería de las nieves, ese pasaporte necesario para cruzar las sequías que nos tienen prometidas los agoreros picudos y el centro de observación meteorológica de Houston. Pero no ha caído, no cae, racanea. Para que el disgusto no sea mayor, con cañones y harina pintan las laderas de las estaciones de esquí. Y si no hay nieve, no habrá reguerillas de deshielo que se cuelen por las grietas de la peña para ir empantanándose en el panzón hueco de las montañas engordando esos aljibes escondidos que irán liberando después, poco a poco, su capital líquido, ese premio que en los manatiales suena como si se riese del estiaje un agua que antes fue nieve traída por el capricho de las nubes. Reza, entonces, para que caiga nieve. También se ha convertido en lotería.

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