CRÉMER CONTRA CRÉMER
Yo soy bueno
VA ACABANDO LA NAVIDAD. Es el tiempo precursor de la nueva vida que el Cristo se dispone a predicar. (Bien se conoce que con resultado poco propicio para su mejor desarrollo). El ser humano, hecho de barro y saliva, no está en condiciones éticas como para inaugurar una nueva era. Y con este sentimiento de culpa, me eché a la calle iluminada. Y me dejo ganar por su misterio, por su magia. La ciudad aún ofrece estos días un buen aspecto. Cuelgan del aire estricto de un otoño con vocación de invierno, brillantes guirnaldas y las calles y las plazas y las callejas tradicionales recobran su estilo peculiar. La ciudad, pese a los descomunales agravios que infieren a su estructura las tensiones de los urbanistas de pacotilla, es bella, es acogedora, y es buena. Lo expresa, con ingenuidad y valentía, porque nunca la proclamación de la bondad ha sido ni es motivo de especial expectación, un «grafista» de los que embadurnan las calles con perspectivas estrafalarias o crípticas, que en realidad no se sabe qué es lo que verdaderamente expresan. El pintor clandestino de paredes y tapias ha escrito, ha dibujado, ha esculpido, a golpes de brocha gorda, la frase que mejor conviene al momento que se está desarrollando. Porque es llegado el momento en el que el ser humano, se sobrepone a sus miserias, a sus envidias, a sus egoísmos y proclama a viva voz de pintura rabiosa: «Yo soy bueno». Y la frasecilla me ha conmovido. Y me he detenido en mi lento deambular ante la vibrante expresión. Porque no hay muchos seres humanos que puedan librase pacíficamente, como en una penitencia, del complejo de culpa que nos atenaza durante todo el año. Porque no es fácil ser bueno y es posible que incluso se corra un grave riesgo si la autoridad sorprende el gráfico que un artista y hombre de bien ha escrito en la pared de la calle. En tiempos iniciales, cuando el hombre, hostigado por la naturaleza iracunda, buscaba refugio en cuevas resonantes, escribía su mensaje en las paredes y los sucesores, pasados los siglos, recibían la advertencia o la información, pintando o labrando sobre las paredes su aviso. Así ahora el habitante de las cavernas de la futuridad se esfuerza en imponer su mensaje, con grafismos rabiosos no solamente para dejar noticia de su paso por la vida, sino para ejemplo de los que llegan ansiosos de vida nueva. El grafismo no es sino un modo de expresión de la voluntad popular o no tan popular. En México sorprende contemplar cómo se engalanan las fachadas de los comercios y de los palacetes ambiciosos, con pinturas de Rivera o Siqueiros, sin que nadie, absolutamente nadie, se atreva a distorsionar el regalo colorista, ni la autoridad impidiendo esa libre expresión de la voluntad popular... Volví a la calle donde campaba el lema: «Yo soy bueno» orgulloso todavía de ser hombre. Brillaban las luces coloristas de la Navidad. En algún lugar se cantaban los villancicos que cantaban el mandato ético: «Paz a los hombres de buena voluntad». Miré los muros de la patria mía, que diría Quevedo, buscando la frase milagrosa y ya no existía. Alguien o algo la había borrado de los muros... y del corazón de las gentes.