Diario de León

LA OTRA ORILLA

El calendario europeo

Publicado por
JOSÉ M. DE AREILZA CARVAJAL 1397124194
León

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EL AÑO 2007 que ahora empieza ha sido elegido por los líderes europeos para tratar de cerrar la crisis política que atraviesa la Unión. Las instituciones de Bruselas funcionan en el día a día con normalidad, adaptándose a las ampliaciones sucesivas. Pero lo hacen sin grandes ambiciones, con la percepción extendida de crisis y de que el futuro de la Unión ya no es lo que era. Este pesimismo tiene bases reales, como la falta de reformas económicas y de desarrollo de nuevas políticas en sectores clave como la energía o la inmigración, el fracaso de la Constitución propuesta y el escaso músculo internacional europeo en política exterior, comercio o defensa. Para atajar la decadencia, bajo la presidencia alemana que se inaugura estos días se celebrará el 25 de marzo de 2007 con la solemnidad debida los cincuenta años del Tratado de Roma que puso en marcha la Comunidad Económica Europea, el mejor ejemplo de globalización exitosa que se conoce. A partir de este impulso político se intentará forjar para junio un consenso en torno a la espinosa cuestión de qué hacer con la fallida Constitución. Pero tal vez estemos ante un error de planificación estratégica. ¿Por qué gastar más energías y tiempo en lo más difícil? Al menos siete Estados miembros de la nueva Europa de 27 socios se oponen con distintos grados de sinceridad a la entrada en vigor de la Constitución. Lo más sensato sería esperar a final de la legislatura, en 2009 para abordar algunos cambios del actual Tratado de la Unión Europea, empezando desde cero. No obstante, los gobiernos de Francia y Alemania están empeñados en realizar cuanto antes un «rescate selectivo» del texto constitucional, para entre otras cosas aprovecharse de la favorable distribución de poder en las instituciones a favor de los cuatro países más poblados. La ironía es que ninguno de estos dos antiguos» motores» de la integración ha ratificado el texto que defienden, por el resultado negativo del referéndum francés y por un pleito ante el Tribunal Constitucional alemán aún no resuelto y del que nadie del gobierno de Angela Merkel quiere hablar mucho en público. Además, el calendario de 2007 es complicado para el encaje de bolillos entre 27 gobiernos que requiere un nuevo pacto constitucional. En junio el nuevo ocupante del Elíseo apenas habrá aterrizado y sin contar a fondo con Francia es imposible la salida de la crisis europea. Es cierto que el equipo de Nicolás Sarkozy negocia de forma discreta y detallada desde hace meses con el gobierno alemán esta salida, pero el ministro del Interior no tiene ni mucho menos ganada la elección presidencial, en la que no hay que descontar la pesadilla de un resurgente Frente Nacional y sus efectos imprevisibles. En verano de 2007 es también previsible la renuncia de Tony Blair al puesto de primer ministro y su relevo por el poco europeísta Gordon Brown, un escocés profundo que sólo destacará en Bruselas por su solidez en cuestiones económicas y su negativa a la moneda única. El gobierno español sigue siendo irrelevante en este cambiante escenario europeo. Ni Zapatero ni Moratinos se dedican en serio a los asuntos comunitarios y no tienen capital político que gastar en esta materia. Nuestro país tan sólo organizará el 26 de enero una cumbre en Madrid copatrocinada con Luxemburgo para reunir a los países que sí han ratificado la Constitución europea, no se sabe muy bien con qué objeto. Lo que a estas alturas es seguro es que Francia considera esta reunión un gesto inamistoso. El 2007, en suma, se presenta como un tiempo de prueba para Europa. De Angela Merkel y de sus colegas europeos depende elegir bien los retos y, como en los buenos tiempos de la integración, pilotar la nave con la vista puesta en el largo plazo.

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