CRÉMER CONTRA CRÉMER
La cárcel
CASI TODAS LAS PROVINCIAS de la península tienen una cárcel, su cárcel. Y con ella, de una forma o de otra la ciudad en la cual se encuentra el centro penitenciario, la ciudad elabora una historia o muchas historias, tristes y dolorosas, porque estar encerrado, lejos de la familia y ajeno a la vida normal, es siempre un motivo para llorar y no echar gota. De las antologías carcelarias se suelen desprender dramas y aún tragedias de mucha resonancia y ciudades hay que son conocidas precisamente por sus presos. Días pasados anduvo por León que tiene una cárcel bien nombrada en Mansilla de las Mulas, la directora general de Instituciones Penitenciarias, para establecer un convenio de colaboración con el director de la prisión, Don José Manuel Cendón. Y la noticia suscitó esperanza, porque en la prisión lo último que se pierde es la esperanza. Y hasta es posible que sonaran cantares, baladas propias de seres aprisionados para los cuales la única ilusión es obtener la libertad. En algunas prisiones todavía se canta o se cantaba: «Preso me encuentro tras de la reja/ tras de la reja de esta prisión/ cantar quisiera, llorar no puedo/ las tristes penas del corazón...» Sé que baladas como ésta abundan y que emocionan fuertemente a quienes llegan sus sones, pero son músicas efectivamente que emanan del corazón. Porque también los presos tienen corazón y tienen madre y la sociedad no se descarga de sus posibles culpas, enterrando en vida a sus reclusos. Desde siempre las prisiones han sido motivo de reflexión por parte de los estadistas, pues nadie ignora que de la abundancia de presos nacen los resentimientos y los odio vengativos... En el convenio que se sugiere para los reclusos de Mansilla figuran labores de excavación arqueológica. Y no sé por qué se espera que de estos trabajos vayan a producirse sorprendentes hallazgos, que tampoco es para soñar con las minas del rey Salomón, pero sí es seguro que estos trabajadores encontrarán en su menester muchos motivos para desear rehabilitarse convirtiendo sus experiencias, sus tristes experiencias, en un impulso que hacia la libertad conduce. Y al final de su sentencia se reintegrará a la vida civil como un ser humano con derecho a una vida digna, sin el acoso de una sentencia larga y desoladora. No me duelen prendas si insisto en que la verdadera enseñanza doctrinal penal es aquella que lleva al recluso a un estado de esperanza. El señor director de la prisión mansillesa alimenta un espíritu de reintegración no de venganza y los reclusos de la cárcel leonesa se disponen a labrarse su propio destino, que será todo lo feliz como haya podido ser su esfuerzo personal por redimirse de sus errores. Se vive para la libertad y cuando, por alguna sinrazón el ciudadano pierde sus derechos y se convierte en un número, ha perdido su condición de ser humano para quedar en un hombre desesperado. Y de los desesperados es el reino de la violencia.