Cerrar

Creado:

Actualizado:

Y AHORA, a tirar, a rebotar, a colocar o revender, que de todo hay en la viña del regalo navideño y de la pantanada de paqueterías, blisters y envoltorios acumulados en cada casa o al pie de preñados contenedores estas fechas. La mitad de lo regalado no sirve para más cosa que estorbo (los pisos menguan, los trastos crecen y lo inútil atosiga). Y la otra mitad redunda, pues era asunto ya cubierto o gozado, así que ya hay empresas (en Madrid, verbigratia ) que se dedican a comprar estos regalos redundantes. Hacen negocio picudo. Y el que vende, también. Todos los regalos tienen algo de untamiento y los hay de toda intención y objetivo, desde el que nace en el corazón al que ensaya corruptela, desde el cutre bolígrafo de empresa al jamonazo del político o la estilográfica de oro que después nadie usa, de modo que es difícil esbozar alguna teoría del regalo sin meter la pata generalista o ser injustos en lo particular, aunque al fin y a la postre una cosa es clara: el regalo es siempre favor y no justicia, aunque acabe constituído en ley no escrita y a rajatabla cumplida por la universalidad de nosotros. Y tienen, amén de sospecha, algo de mentira, pues regalamos cosas que aparenten costar más de lo que valen para apabullar, si se puede, al agasajado y para obligarle a una réplica en la que siempre esperamos que, como mínimo, empaten el don y, a ser posible, lo superen, con lo que el lenguaje de los regalos lo tomamos como inversión (silban los oídos de alguien cuando nos decepcionan o se comprueba que aquel obsequiado a una cuñada aparece en casa de su gran madre). Solución inmejorable y sanitaria sería prohibir el regalito, el favor, ese ensayo de arrimamiento por detrás (por eso muchas veces se secretrean o envuelven en cuchicheos), pero será inútil cruzada. Rogué días atrás en este mismo sitio que los regalos en política a cargos o barandas deberían prohibirse porque repugnan en una cultura mínima y democrática, amén de ser sospecha de grasa o prólogo de cohecho. Me pusieron a caldo. Y a los periodistas, ¿qué?... ¿No les metes en la misma corruptela, no tienes huevos?... No lo hice entonces, pero aquí reparo; y solemnizo: todo regalo a periodista debería devolverse («bollo de monja, carga de trigo»), pero no lo hacemos, así que todo lo aquí dicho es hipocresía y redundará en mi vergüenza.