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PEDÍAS dos bisontes sueltos en el carrín de Renueva y te largaban dos pitillos de rubio nacional que te dejaban alquitranados los dedos, morena la punta del dedo índice y del corazón, rúbrica interesante de gran fumador. Carrines y quioscos vendían tabaco suelto. No eran tiempos de cajetilla para el hombre pobre (el que sólo tenía un traje y no necesitaba criaos). Los ideales , entonces como ahora, se fumaban, pero no se expendían en unidad (poca pesetilla costaba el paquetillo), pero el tabaco americano era una ruina pillarlo en cajetilla, güinstons, luquis, palmal y esos; eran cosa de médicos (¡cómo fumaban los galenos!), lujo de tenderones prósperos y de gentes con abrigón de estraperlistas. Y a toda labor de tabacalera con filtro o sin él se le llamaba pitillo (los finos) o pito (el del blusón y el gañán de andamio y alpargata). De por qué se le llamó pitillo al cigarrette es algo enigmático, pues el diccionario no recoge esta palabra, popular expresión que, seguramente, viene de pito pequeño, como el de pitar, pero sin agujeros y en cilindrín (sinónimo usado entonces por los pijísimos o los que hacían el chiste de pedir fuego: incinérame el cilindrín) . De pitillo son también unos pantalones y se les llama así precisamente por lo mismo, por su pernera cigarrilla. Me vino el pitillo a las mientes el otro día al cruzar frente a ese viejo hospitalón de San Antonio Abad que está a la sombra de las dos hospitaleras moles donde a todos nos agüeva el tener que personarnos. Ese viejo y rancio edificio nació para sustituir a su homónimo derruído en la plaza de San Marcelo, pero acabó siendo asilo al que iba a parar todo el desecho de tienta y el padrón benéfico de la Diputación. Tenía ala de mujeres y pabellón de paisanos, dormitorio corrido, tiestos propios de claustro de monjas, quejumbre mancomunada, visitas con silla a pie de cama (pocos eran los visitadores), camas de postguerra, reverendas de toca almidonada que volaba, un anciano que tocaba una bandurria y... un olor a pobreza vieja y asépticos que estomagaba. Algunos domingos subíamos los chavales con los de Acción Católica para llevarles algunos caramelos... ¡y pitillos!. Y cómo los celebraba aquella gente tirada, cómo nos besaban. Más cáncer era el vivir de aquella forma. Pero si hoy hiciéramos esto, nos denunciarían.