LITURGIA DOMINICAL
Jesús inicia su misión
La liturgia toma un ritmo ordinario, pero no pasa de la euforia de Navidad a una cotidianidad cualquiera. No. Cada domingo es muy importante: siempre que se celebra el memorial eucarístico se realiza la obra de la redención. El domingo es siempre fiesta importante. Pero con relación a los grandes momentos salvadores, hay ahora un ritmo más sosegado. Es la gran oportunidad de asimilar todo lo que significa la vida de Cristo y de descubrirlo en la normalidad de la vida. En el cuadro que hemos tratado de esbozar, ¿qué puede significar la palabra de María: «No tienen vino»? En los evangelios hay expresiones paralelas a ésta. Por ejemplo, la expresión «Ya no nos queda aceite y nuestras lámparas se apagan» (Mt 25. 8): es la misma situación de apuro y de imprevisión, también en una fiesta de bodas. Son, todas éstas, ocasiones en que el hombre aparece carente, desbordado; por ello hay un cierto malestar en contraste con la atmósfera de fiesta, de gozo, de expectación, con la esperanza de un amor sin sombras. Allí donde se esperaba que la plenitud del amor, de la fiesta nupcial, produjera una felicidad plena, resulta que de golpe falla la previsión humana, se agotan los recursos y se produce una situación embarazosa que funciona como una trampa: el ser humano se ve sin saber qué hacer. Por otro lado, Jesús quiere que tengamos vida y alegría en abundancia. Esto hemos de aprendérnoslo bien, y no en el sentido de que los cristianos no podamos participar en las alegrías de los hombres: no sólo participar, sino incluso procurarlas. La felicidad del amor, del matrimonio, el gusto del buen vino... es algo que nuestras lecturas bíblicas afirman y, sobre todo, si sabemos enmarcarlas en la plenitud de la felicidad que comienza con Cristo Jesús. No podemos desdeñar las «pequeñas alegrías» de la vida cotidiana. La Eucaristía es la transformación del agua en vino, de la fragilidad del hombre en vigor y en sabor. Es el don del Espíritu, el único que nos da la certidumbre de ser capaces de amar. La Eucaristía es la fuerza que alimenta toda forma de amor que crea unidad: en el noviazgo, en la vida matrimonial, en la comunidad, en la Iglesia, en la sociedad. La Eucaristía es la manifestación de la potente gloria de Dios. El hombre necesita de la plenitud del Espíritu nuevo que le transforme el corazón y la mente. Sólo así podrá confiar en un tipo de amor que no sea únicamente entusiasmo y jolgorio, sino fuerza duradera para toda la vida. Por eso la Eucaristía se nos presenta como aquel Jesús que, atrayéndolo todo hacia sí desde la cruz, da al hombre, a la mujer, a la humanidad, la capacidad de ser ellos mismos.