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SE USA mucho ahora eso de «somos lo que comemos». Se dice a troche y moche porque hoy, olvidada el hambre de anteayer, engullimos como panzapegos y lo que más preocupa y se compra es la salud, o sea, sólo la línea. Somos lo que comemos. Mentira. Eso le ocurrirá a nuestras tripas y órganos. Nosotros somos otra cosa. Nosotros «somos lo que mamamos»; ahí nos van códigos, sabores y conductas. Fijando mejor el concepto, diríase que «somos lo que fueron nuestros padres», pero solemos pasar algunas décadas negándolo y ensayando lo contrario hasta que nos vemos con las mismas manías, regustos y posturas de butacón. O «somos lo que leemos» (en los siglos precedentes los pocos que sabían o podían leer se alzaron con el santo y la limosna, mientras el gran resto de analfabetos sólo pudo aspirar a ser gleba o mula de carga). Hasta anteayer fue verdad el privilegio que otorga la lectura o el estudio, acopio de otros saberes, enriquecimiento de la inteligencia o la listura; éramos lo que leíamos. Y como hay lecturas buenas y malas, esto explica por qué el mundo se divide en gente buena y cabrones redomados, más el inmenso resto que somos todos conformándonos con sólo mirar y arrimarse, según vengan los aires, a este o al otro bando por pillar tajada, migaja o sueldo. Ahora que todos hemos leído de todo -algunos hasta la pedancia- dejó de ser verdad el influjo de leer. Ni siquiera creemos lo que leemos (y eso que sólo leemos a quienes nos dan por la razón o por el gusto). ¿Cuántas verdades palmarias y fascinantes leímos y cuántas modificaron en algo nuestros hábitos o vidas?... Las hemos convertido en sólo verdades de papel y estantería; cuando nos pete, echamos mano de ellas sin siquiera citar al autor (menos el pedante, que siempre lo busca raro y la ocasión de espetarlo). Cae bien la gente que lee, pero jamás me fiaría de dos tipos de lectores: los que leen mucho y los de un solo libro. Los libros son sólo un mapa; deberían servirnos para ensayar rutas y exploraciones: eso es el vivir y son los días. Leer sólo mapas deja el cerebro rayado de carreteras, pero son caminos ajenos, ni uno trazado por el lector, así que lo único que tengo por verdad hoy es que sólo «somos lo que vemos». Y como ni en tres artículos lo explicaría, aquí lo dejo. El lector sagaz lo hará por mí.