Diario de León
Publicado por
Antonio Núñez
León

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EN ALCORCÓN, que cae llegando a los Madriles en el Alsa unos trece kilómetros más abajo, según se escupe a la izquierda, se ha hecho famosa estos días una banda de chavales que se llaman a sí mismos latin kings y que, traducido del spanglish, significa reyes morenos, el rey del mambo o algo parecido. Llegados con sus papás de ultramar buscando papas calientes que llevarse a la boca al parecer han tomado por lo bravo las calles y plazas públicas de aquella gran barriada que es Madrid, y que, a su vez y en contra de lo que dicen los mapas sobre el centro de España, no pasa de ser el arrabal de las emigraciones de los pueblos hacia ninguna parte. Los chicos sudacas, según cuentan los telediarios, cobran «peaje» a los de acá por el uso de canchas municipales de baloncesto, sentarse en los nocturnos bancos de jardines públicos para meter mano a las novias, dicho sea con perdón y permiso de ellas, lástima de no tener toda la vida por delante, o, simplemente, ir al cine del barrio, fila de los mancos. La delegada del Gobierno en Madrid, Soledad Mestre, asegura que las tales bandas juveniles no existen y que las últimas trifulcas a navajazos entre un centenar de jóvenes son flor de un día, hechos aislados, en fin, de una rapacería a la que en la adolescencia les pierde el saco de hormonas de cuando teníamos todos cuarenta años menos. Se le olvidó decir -a los vecinos no, en los reportajes de la televisión- que la chiquillería tenía, incluso, sus propias tarifas por desgaste de la calle: la media es de tres euros, sin IVA, y allá ellos, porque por no pagar a Hacienda se perdió Al Capone. Es una delicia recorrer los nombres de las pandillas barriobajeras de Alcorcón, algunas de las cuales son también de niñatos indígenas y no tienen pérdida: LMC (Los Más Cabrones), FAD (Fumadores A Destajo), BNB (Banda de Negros del Bronx, no se sabe qué pintan aquí), PMZ (Parque Mayor Zona), Tranpesur, Africorcón, etcétera. Angelitos negros, en suma, con el tarro como las maracas de Machín. Es de agradecer que estas cosas no sucedan en León, donde lo más que teníamos era el barrio de Cantamilanos y Corea, ahora de la Inmaculada (no confundir con el distrito postal del ex alcalde Morano y otra gente fina, aunque se llame lo mismo). O en mi pueblo, que es La Bañeza, el barrio de Buenos Aires, que está entre los del Polvorín y Sacaojos, cuyos nombres lo dicen todo, aunque a éste último lo rebautizó un secretario municipal como Santiago de la Valduerna porque se le devaluaba la viña que tenía por aquellos andurriales. O en Benavente, donde hay otro barrio de las Malvinas en recuerdo de la última guerra angloargentina donde Cristo dio las tres voces y no le oyó ni Dios. Por allá habita otro pariente de un hermano mío, de nombre Esmeraldo, gran persona y que tampoco tiene pérdida, según el cartero, ni él ni el barrio. Y aquí mismo, en el puto centro de la capital leonesa, con perdón otra vez, está de toda la vida, al lado de las Carbajalas, la calle de Apalpacoños, cuyo nombre, como los otros, no precisa de mayores puntualizaciones. Por lo demás nada nuevo. Siendo un servidor de los últimos del preu , antes del COU y no digamos de la ESO, ya le tocó lidiar a bofetadas en Alcalá de Henares con pandillas parecidas, que la tomaban con nosotros, los bachilleres, porque no podían con los paracas de la base aérea, que bajaban dando leches hasta en el cielo de la boca. Ya de universitario de bigotillo hube de alternar también en la Latina, donde el teatro de Lina Morgan, con la movida de Ramoncín, el rey del pollo frito de Vallecas. Aunque nada comparable con las noticias de ayer. El presidente de la asociación nacional de okupas es tocayo mío y se llama Antonio, como yo, sólo que se apellida Buenavida. Ya es tarde para apuntarse de pandillero y lugarteniente con él. Por lo demás, aquí no pasa nada. Según un fax reciente que me mandó el paisano y amigo Ricardo Magaz, portavoz de la UFP (Unión Federal de Policía) por no sé qué reportaje sobre cuántos maderos querían volver a León después de exprimirse las neuronas y lo de más abajo en Euskadi y Cataluña, «la plantilla policial leonesa es de las más envejecidas de España (...) y está en torno a los 52 años de media». Se añade que todos quieren arrear para acá y prejubilarse, con lo cual dentro de poco el agente más jóven tendrá la edad de Santiago Carrillo. Y hay cola. Lo mismo que a él le da por escribir libros y artículos en los ratos libres que le deja la Operación Malaya a mí me gustaría ser Torrente, el brazo tonto de la ley. «A nuestra edad», le dije, «ni correr detrás de los latin kings ni leches». Como mucho, latin lover a paso lento en locales de carretera con luces de neón y señoritas que fuman.

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