CRÉMER CONTRA CRÉMER
Todos queremos paz
TODOS QUEREMOS PAZ. Todos queremos pan. Todos queremos vivir sin sobresaltos. Pero nunca se sabe si por un viento negro o por nuestra mala disposición para el mejor entendimiento de estos dos términos fundamentales, el caso es que no acabamos de encontrar los caminos, las sendas, las rutas o lo que fuera imprescindible para que la paz y el pan sean con nosotros. Y con nuestro espíritu. Están pasando, con dificultad tiempos oscuros. Hay seres ingratos para los cuales la paz no existe, no importa. Y que se entregan al juego homicida de alterar la paz, asesinando a cuantos semejantes se les pongan por delante. Gentes estas que no entienden ni la paz ni el pan, si no es sobre sangre vertida sobre la arena. Un grupo de malhechores del bien han decidido demostrar que si se puede y se debe vivir en paz y por el pan nuestro de cada día, también se puede matar, sin que esta decisión modifique en ningún caso la tendencia homicida. Sobre el cielo turbado de un aeropuerto de Madrid, resonaron los ecos malditos de un atentado. ¿Cuántos van? ¿Y hasta cuándo? Doscientas explosiones en una sola, produjeron daños incontables y al parecer muertos. Se conmovieron las esferas peninsulares, porque todos los españoles nos habíamos situado precisamente en el campo de la paz y los personajes más significativos se habían dirigido a las muchedumbres atemorizadas asegurándolas que ahora sí que se producían los signos de paz, con la fuerza de la evidencia. Porque todos queríamos la paz y el pan y la seguridad y el entendimiento entre los hombres y las mujeres de buena voluntad. «¡Habrá paz!» se había pronunciado como una sentencia. Se ha dejado de matar y es una señal segura de que los matadores han entrado en sintonía con los martirizados y la paz está ya al alcance de nuestros corazones. El proceso de la paz es inalterable y todos estamos de acuerdo en que debemos marginar de nuestro espíritu la triste tendencia de la venganza. El ministro de Interior, señor Pérez Rubalcaba se adelantó, contra su costumbre, para asegurar la tendencia pacifista de España. Y aun cuando el jefe del Gobierno, con todo el poder que le otorga el cargo y la más completa información, dijo cautelosamente que el llamado proceso de paz está solamente suspendido, porque se trata de un ejercicio duro, difícil y sin reglas inalterables. Y todos creímos que efectivamente al fin la paz está o puede estar con nosotros. Y se calibraron las campanas de la victoria, que ¡ay! es en resumidas cuentas la victoria de todos. Y en eso estábamos solamente a la espera del clarinazo para la Marcha Triunfal de Rubén Darío, cuando explotó aquel montón de charra mortífera. Y toda España, volvió a temblar de terror, de asco y de vergüenza. Tanto por el crimen en sí como por la idea de que España podía ser el país del mundo en el cual no fuera posible la paz. Pese a todas las cautelas, hay que proclamar que desgraciadamente la paz prevista se ha roto, se han abandonado los signos de la paz y del pan para volver al torpísimo estado de la vergüenza. España no ha sabido conquistar para sí la paz.