Cerrar
Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

Creado:

Actualizado:

HUBO UN TIEMPO, no se sabe si feliz o no, en que los ciudadanos soñaban con manifestarse; subía el precio del pan, cosa bastante frecuente («Subir el precio de los artículos de primera, de segunda y de tercera división es una costumbre que suele tener la gente») y si el levantamiento estaba dispuesto para la presentación de la imagen de esa Divina Pastora, igualmente se organizaba una demostración de fidelidad partiendo de la cofradía que se hospedaba en el templo de los padres franciscanos. No faltaban naturalmente movilizaciones ante una demostración laboral, que solía terminar en huelga, pero no pasaba de un paseo por las principales calles de la ciudad y unos gritos subversivos ante el sólido edificio del Gobierno Civil, poniendo como testigo la sagrada imagen de la Inmaculada, como testigo. En España se manifestaban todos y por un quítame allá esas pajas o por el anuncio de un mitin en la Casa del Pueblo, con intervención, en el caso de León, de los compañeros más conspicuos, en el mitin que se celebraría al final como remate glorioso del suceso. Pero después de algunas demostraciones llamadas populares, se daba por terminado el festejo y cada mochuelo, volvía a su nido. Nunca, que se sepa, hubo bronca (que con sangre entra) y cuando allá por las estribaciones de la República, los obreros parados de la circunscripción se echaron a la calle, con una sábana blanca extendida, solicitando una donación para suplir las dramáticas carencias de la falta de trabajo, la escena tomó un carácter amenazador y rencoroso. Vinieron los mineros y desplegaron sus pancartas, llegaron los políticos y distribuyeron sus proclamas. Y aunque lentamente se desvanecían los tonos de la protesta, las manifestaciones seguían siendo un mecanismo, un arma que se decía pretenciosamente contra alguna o todas las injusticias que se cometían en la sociedad, ya tirando un poco a democrática, pero menos. Y llegaron los tiempos de fábula de la operación del «cambio». Y para ver de disfrutar de los beneficios del mismo, los partidos (que nacieron como setas) también se manifestaron: unas veces para dar testimonio de su existencia y otras para poner de vuelta y media al rival, no hubo día sin su manifestación. Y en ocasiones hasta tres convocatorias movieron a la confusión, no solamente por la pedantería de los escritores de textos para pancartas sino por la dificultad de encontrar ideas afines entre los textos que se proponían. El caso es que se convocaban manifestaciones y se censuraban manifestaciones. Se libraba una batalla, no se sabe si pequeña o grande, por textos como libertad, vigilancia, terrorismo, sin que se consiguiera entre el puñado de lemas encontraba el que fielmente reflejara una situación, una idea y una fraternidad de luchas. Cada cual parecía jugar a sus cartas marcadas y no se adivinaba cuando podría llegar el momento en el que los unos y los otros pudieran encontrar una línea de acuerdo para al fin poder componer la pancarta ideal detrás de la cual, pudiéramos ir, como se cantaba en la proclamación republicana, todos junto sen unión... ¿Será que no tenemos remedio?

Cargando contenidos...