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SEGÚN la teoría hinduísta, tibetana o budista de la reencarnación, todo individuo o individua tiene el mandato de llenar su existencia de mejoramientos y avances, evolución y crecimiento, a fin de que en futuras reencarnaciones pueda ascender en sus categorías animales o espirituales y empadronar su espíritu en entidades superiores. Por el contrario, quien no aproveche su vida para enriquecer su espíritu correrá el riesgo de reencarnarse en escalas inferiores, animales, bichos, árboles... y así, hasta que aprenda, cosa que a alguno nos cuesta no menos de dos o tres eternidades. Si esa teoría fuera verdad, más de uno dedicado a la construcción, especulación o mondongo urbanístico tendrá necesariamente que reencarnarse en un azulejo o un ladrillo, sustancia arcillosa y recocida de la que está hecha buena parte de algunos cerebros, razón que explica de siempre, y en el futuro más, que los tabiques, paredes y tapias tengan orejas, pues ahí andará sin duda algún viejo rentista, un conocido promotor o confeso especulador esperando un derribo o una reforma del salón para, así, liberarse de la cárcel ladrillera hacia una próxima encarnación (antes, cuando las casas se hacían de tierra o peña, se reencarnaban en un morrillo o adobe y a nadie podrá extrañarnos que tengamos parientes o antepasados empotrados en algún tapial). Son también candidatos a reencarnarse en un ladrillo todos los que están en el círculo del poder o en la orilla de las caídas pillando chollo propio, favor impropio y astilla bajo cuerda en la adjudicación de viviendas protegidas que estos días son noticia con escandalera castellana, leonesa o facundina porque hubo insultante rebatina de ellas entre cargos públicos, autonómicos, hijos de cargos, conocidos del hijo, familiares del baranda y otros arrimados que se privilegiaron con influencias y llaves por su cara guapa y dura o libro de familia (a Isaías Monje, por ejemplo, le silban últimamente las orejas con ventiscas gregorianas). Ante la evidencia de estos atracos de favor, algunos se aprestaron a devolver las llaves. ¿Y?... pues no hubo más. ¿No pagarán estas tocinerías?, ¿no hay escarmiento para la cazolada?... Una cultura democrática que no ataje y penalice severamente estos desmanes corre el riesgo de que nadie se la crea, salvo cagándose en ella.

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