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CRÉMER CONTRA CRÉMER

La soga en casa del ahorcado

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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EN UNO DE los prósperos estados de la Norteamérica triunfal, ha aparecido un personaje -¡Hay gente «pa to» que decía el cerillero del bar de Cádiz- que está dispuesto a gastarse la hijuela copiosa de que dispone en adquirir la soga con la cual, los verdugos del tirano Hasam pagó sus muchas culpas. El compadre de la prenda es rico y sus millones le han servido para hacerse poseedor de una de las piezas más significativas de la política que manda hacer (cuando le dejan) el presidente Bush. Esta vez a lo que se desprende de los hechos no le dejaron y se quedó solamente con la soga. Seguramente el que se dispone a poseer la soga fatídica sea uno de los apasionados y apasionantes miembros de la misma banda que el presidente ya mencionado y también puede ser que la soga del ahorcado se convierta en una pieza fundamental para la exhibición al público, como por ejemplo, los Borrachos de Goya, pero en bestia. El caso es que la oferta ha servido, está sirviendo para que de nuevo se renueven determinados aspectos de la vida internacional y nos sea posible penetrar en los intersticios de la estructura americana, de la cual derivan algunos otros estados no menos dispuesto que la América de los paladines del miedo, dispuestos también a comprar la corona de espinas del Cristo. La aldeanía hispana, tan sabia y al mismo tiempo tan abrumada de pesadumbres, suele apelar a un término que es toda una parábola, cuando dice: «No quisiera que en mi casa se mentara a la soga en casa del ahorcado», dando por cierto y por seguro que allí donde aparezca la soga acaba pro aparecer el caldero. O sea, que el honorable, o no tanto, personaje americano que está dispuesto a gastarse lo que sea menester para quedarse con la soga en casa del ahorcado Husseim presupone que a continuación del trasiego de la joya justiciera le venderán a quienes hayan elevado a un objeto vulgar y deleznable en reliquia, en el caldero de las consecuencias que al cabo cabe esperar a un acontecimiento en el cual se han dado los aspectos, los datos, los signos más aborrecibles. Fue en el principio un cálculo petrolífero; luego, un compadreo entre tres llamados «los tres tenores» por lo que cantaron y contaron y finalmente una guerra a la cual acabamos por acudir nosotros, los españolitos madre, hijos de Abderramán, de Almanzor, de Motamid y metidos por el empujón de los unos y la ambición oscura de los otros, en soldaditos valientes para la defensa de los intereses de la Norteamérica liberadora de Bush. Fue un conjunto de errores, de dislates, de montones de muertos, con la invención de un sistema judicial que condena a los inocentes y exalta a los logreros verdugos. Al final de la primera parte del relato, se produjo lo del caldero, atado a la soga del crimen: el presidente fue derrotado en las primeras elecciones a las cuales se le permitió asomarse. Esta vez no le valieron ni los famosos del celuloide ni las trampas de los mercaderes. Y cayó, como caen todos, sin honor. Perderán además de la guerra, pero les será cedida la soga. ¿Para qué uso inmediato?

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