Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

La rebaja política ha venido y nadie sabe cómo ha sido

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VICTORIANO CRÉMER
León

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Y ES QUE ESTÁBAMOS que ya no contábamos con un episodio de tantísima transcendencia: Se habían agotado todos los fondos económicos de las alocadas familias en fiestas. Se habían adquirido para los hijos de papá, todos los cachivaches que la industria del juguete, echándole ingenio a la cosa, cabía pensar y en política, ¡ah, en política, el que no ha corrido vuela, si le dan alas y tiempo. Porque las cosas, dijera lo que le viniera en gana el pregonero de turno y bien pagado, España no iba bien, España no es que se desmoronara pero no podía ni con la trampa general ni con las dificultades asimilables. Y para mayor agonía el grupo de los asaltantes, el virtuoso de la bomba y del coche artillado, le dio por poner bombas donde no debían en lugar de ponérselas a sus vecinos entrañables de toda la vida, y el resultado por una hecatombe, con dos muertos ecuatorianos, para más fastidiar y daño material en proporciones tan descabelladas que más fue un día de mentecatos sumidos en la desesperación, daba la idea de este trataba de la destrucción de Nínive, suponiendo que Nínive hubiera sido destruida. La ETA y muy señora suya, montó una parafernalia de pólvora que parecía el Día de San José, en Valencia, en plena cremá. Y naturalmente, España, el país que se suele decir, ante tan horrísona catástrofe, dio en clamar: Primero al presidente del Gobierno, que se hallaba de veraneo, al que tiene todo el derecho del mundo, y luego a los pocos días, se tocó guardia por el respectivo ministerio y se pusieron en marcha todos los soldados, guardias, vigilantes de costas y carabineros que España guarda como oro en paño. Y produjeron inevitablemente, un cierto estado de desenfreno, que convenía arreglar: Primero, como fuera y después como fuera, sencillamente. Y como dado que a las pocas horas del desafuero, se encontró perdida entre la maleza un equipo de fosfatina también para poner a prueba los muros de la patria mía, la alarma alcanzó estados de insurgencia: Indudablemente había que poner puntos a las íes y coto a los demás terroristas. Y dada la urgencia por la propia gravedad del mal que el caso demandaba, se decretó por lo «bajini», el estado de Rebaja. Hacía tiempo y tiempo que el buen pueblo, que casi nunca dice nada, se soltó de la lengua y declaró que así no se podía estar, que los mandones de turno, fueran estos quienes fueran, debieran de estudiar la situación, declarar la situación al límite y promover una reunión para las Rebajas de la cosa esa de la ETA y todo lo que hiciera falta. Y el señor Zapatero y el señor Rajoy, convinieron ¡al fin! reunirse en La Moncloa para determinar de una vez y para siempre, cuáles debieran ser las medidas a tomar antes de que los malhechores se adelantaran y efectivamente hubiera que declarar el Día de la Rebaja Nacional, por la aplicación del sistema diabólico del automóvil artilleado... Y es que entre el automóvil en carretera y el automóvil en manos de los aficionados a efectuar voladuras, no va a quedar en España un coche ni un hombre para contarlo.

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