Diario de León

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EN FILAS como reclusos prestos a la desinfección aguardábamos los escolares en la acera de Independencia a que nos tocara el turno de exploraciones, toses y vacunas. Aquello era el instituto provincial de Higiene, una instancia con competencias sanitarias cuando todavía balbuceaba el sistema social de seguridad y todo estaba lleno de montepíos, mutuas, igualas o cambalaches de sanatorio y caja (como ahora, en crudo, pero en barato). El aviejado aparataje clínico que había en aquellas dependencias le hacían pensar a uno que saldría un doctor con bata hasta el suelo y unas tenazas quirúrgicas en la mano o que aún estaba vivo aquel Ramón y Cajal que presidía el escalerón del sitio desde una vidriera de Merille en la que hoy sigue mirando no ya el trasiego de médicos, inspectores y oficiales de laboratorio, sino de cuadros y visitadores de museo (Díez Caneja y pintores leoneses verán aquí asilada obra suya), que es más o menos lo que a partir de ahora será aquel chalet que nació con pretensiones de burguesía provincianota. Aquellas paredes están impregnadas de ayes y quejumbre de pobre, de perfume de chatún que emanaban los abrigotes y refajos de los que poblaban los padrones de beneficencia, palabras escondidas debajo de pinturas y revocos que hablan del dolor que acosa y de la salud que se persigue. Pero lo más sugerente seguirá siendo para mí aquel rotundo nombre «Higiene». Ni salud, ni sanidad, ni centro asistencial, ni unidad básica, ni ciruelos en formol: ¡higiene!, que es palabra aplicable no sólo al cuerpo, sino al alma, o sea, a la moralidad, higiene ética y política, esa que exige hoy urgentemente otro chalet como ese, ahora museo, pero convertido en tribunal ambulatorio y hasta en paredón para ejecutar el efigie a una larga hilera de candidatos convictos de tos corrupta, trinque, apalanque, pilladura, robo y perversión administrativa o ideológica. Me cuadra aquí esta deriva política porque ese edificio me sugerirá siempre el nombre de un resistente, Jorge Mario Sánchez, que ocupó esos despachos de dirección provincial muchos años, gente progresante de pensamientos nobles y comprometidos dentro del andamiaje franquista en el que hubo de vivir, callar y joderse (tarea a la que siempre se suma el caro colega). Vaya por él esta resurrección del sitio.

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