Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Una de inmigrantes

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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DE LO QUE SÍ parece que podemos estar seguros, dentro de lo que cabe, es de su nacionalidad. Había nacido o le habían nacido en Argelia, que es tierra impávida y arenosa, y se llamaba S. A. L. Como en Argelia, según algunos argelinos y tal cual senegalés no se puede vivir, que donde se vive como Alá es en España, el Tal S. A. L. Decidió coger una patera y dejarse caer en Albacete, nada más ni nada menos, quizá fuera por lo de las navajas y allí en tierra quijotesca, hincó la bandera y vino a decir como el Tenorio: «Aquí hay un argelino que vale lo menos tres. Y una española, ingenua y enamoradiza, así que escuchó el canto del cuco, se dijo para sí misma: «Este es mi hombre». Y ligaron con tal fuerza que no parecía sino que habían nacido el uno para el otro, pese al color de su tez. Y al cabo de cierto tiempo, de muy escaso tiempo porque los argelinos suelen ser muy constantes y fieles en materia de amor y compañía, organizaron el uno y los dos una operación de compañerismo sentimental, que consiste en ajuntarse pero sin compromiso religioso, cosa por otra parte, perfectamente lógica si se tiene en cuenta la confesión de cada uno de los contrayentes. Y en una callecita silenciosa, con ajimeces y mezquitas, levantaron casa, es decir, piso, y allí se establecieron en amor y compañía. La española que se creyó más que reina y el morito, que estaba que bebía los vientos por la Dulcinea albaceteña, hasta que nadie sabe por qué sinrazones, aunque algunos lo achacan a que no se entendían por el idioma, rompieron las relaciones. En España, cuando una pareja dice que rompe sus relaciones, una de dos, o se limita a devolver los retratos o se pegan tortas hasta para una merienda. Este español de pega, ni lo uno ni lo otro, decidió marcharse de casa, abandonar su piso establecido en la tercera planta y si te he visto no me acuerdo, dijo como despedida. A lo que la chica, respondió: «Que te aguante Alá, majo!». Y pasaron los días y las noches y el argelino sintió el tirón del desierto, la soledad de las arenas y la falta a su costado de una mujer, aunque fuera para hacerle el té de hierbas. Fueron inútiles los requerimientos que el morabito hizo a la esposa rescatada. Llamaba a la puerta y no respondía, la escribía en morisco y no contestaba. Y el pobre morito, languidecía lentamente y lloraba lágrimas ardientes como aquellas que derramó Boabdil cuando dejó Granada. Pero la de Albacete encerrada en su piso, ni atendía llamadas ni prestaba atención a lágrimas del enamorado. Hasta que un día, o mejor dicho, una tarde, sin sol, acudió el lacrimoso berberisco al nido en el cual tan felices habían sido. Intentó penetrar en el piso, pero fue inútil, la novia esquiva había cerrado con llave. No se inmutó el audaz enamorado e intentó penetrar en el hogar, dulce hogar, precisamente por la ventana que daba al patio de luces, sito en un tercer piso que tan agradables momentos le recordaba. Y no se sabe si embebecido en su romántico asalto o torpe que era el muchacho, fue a agarrarse a un tiesto con begoñas, cedió el tiesto y dio con el argelino en tierra. Murió como un pajarín. ¡Qué historia más penosa!

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