Diario de León
Publicado por
Antonio Núñez
León

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A HITLER le gustaba Wagner y todo el trompeteo aquel de nibelungos guerreros, walkirias estilizadas como las suecas que llegaron aquí con el primer bikini por los tiempos en que Fraga era ministro de Información y Turismo, váyase lo uno por lo otro, aunque ya es tarde para tocar madera. En los periódicos queda poca gente que estudiara la ley de prensa de don Manoliño, es ley de vida menos para él, y los que la conocimos vamos también de retirada tocando madera y perdiendo fuelle, cual gaiteiro sin resuello. Somos en los medios de comunicación como Chanquete, el del verano azul, o Pipí Calzaslargas, la rapaza pecosa y pizpireta de las coletas que ya es abuela. Pocos colegas en activo han oído, igualmente, hablar de los cotos Wagner y Vivaldi, allegros mineros que sonaban a música celestial cuando uno era joven y en León se explotaba el hierro que hay entre Astorga y el Bierzo. De ahí el nombre de la Minero-Siderúrgica de Ponferrada, que presidía hasta hace poco el conde de los Gaitanes, abuelo del humorista Alfonso Ussía, a su vez pariente de Pedro Muñoz Seca, el de la tragicocomedia «La venganza de don Mendo». «Cuatro Quiñones son pocos, hacen falta más quiñones...» es lo más que se recuerda de ellos en las payasadas pseudomedievales que cada año se rememoran por el verano en el Paso Honroso de Hospital de Órbigo. En las suertes de hoy basta con un Victorino para toda la MSP. El apellido Wagner es muy guerrero y haciendo honor a la tradición el otro día un tal Sosa Wagner, de nombre de pila Francisco y, a lo que se ve, con la cabeza dura de la familia, sacó un libro que se titula «El Estado fragmentado». Los que de eso entienden presentan al autor como un fino y flamante catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad de León, que en su día le dio sobresaliente «cum laude» en la tesina de fin de carrera al presidente Zapatero. Pero para mí que es barrenista, como su propio nombre indica. Se dice esto por los rayos, truenos y centellas que ha traído el libro, donde se compara en el asunto de las autonomías el futuro de España al del Imperio Austrohúngaro, el del tatarabueno del quinto marido de Carolina de Mónaco, al de la extinta URSS y a la desaparecida Yugoslavia. De Derecho Administrativo no sé, pero de dinamita entiende bastante. Este Sosa Wagner de penúltima generación -el libro lo firma con su hijo- tiene un curriculum nada fantasioso o de opereta, al contrario que su probable antepasado alemán, así que convendría tomarlo en serio: fue y sigue siendo socialista de toda la vida, estuvo con el venerable profesor Eduardo García de Enterría cuando Felipe González y UCD hicieron la Loapa (Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico, allá en los años ochenta) y dimitió de aquellos altos cargos con una memorable doble página en El País que se titulaba «Los cuadros están cansados». De aquella volvió a su cátedra a lomos de versos de su paisano asturiano Leopoldo Alas, Clarín, dedicados seguramente a su mujer: «No creas, Juana, que si ya no canto/debajo de tu balcón como solía...» no es que ya no te quiera y tal y cual, «es que ayer era un vago/y hoy funcionario del gobierno». No creo ser el único crítico de libros en hacer la crítica de un libro que todavía no he leído, y en eso tampoco creo diferencirame de los demás. En cambio conozco personalmente al autor, le sigo vagamente por los artículos que publica cuando ninguno de los dos andamos vagos y también por la opinión de algunos ex alumnos, según los cuales en los exámenes es un tanto cabrito o, como vulgarmente se dice, un hueso. Escribe a menudo algunas cosas muy buenas, aunque. en lo que respecta a lo segundo, sigo sin explicarme cómo aprobó Zapatero. Como todos los teóricos el tal Sosa Wagner es un tipo de despacho, en su caso con sillón que sienta cátedra, cuya mente divaga entre las inexcrutables entelequias del patatín y el patatán. Sin embargo su teoría de que cada vez nos parecemos más al Imperio Austrohúngaro no tiene vuelta de hoja. Cuenta, por ejemplo, que allá había estaciones de ferrocarril donde no ponía el nombre del pueblo porque los vecinos tampoco se ponían de acuerdo sobre si hacerlo en el idioma alemán, el magiar o el eslavo. Tal que así pasa ahora en España cuando viaja un cazurro a Euskadi o Cataluña: consultas la guía Michelín y es tierra de nadie. Según algunos, el presidente del Gobierno vive, como Alicia, en el País de las Maravillas. Podría ser, aunque en opinión de Sosa Wagner estemos en el de Sissí Emperatriz porque su partido le dice «sí» a todo en los pactos con ETA. Tal vez el catedrático se ha quedado antiguo y un tanto aúlico en su discurso. Mari paz, y va que arde.

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