Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

En España, todo a cien

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VICTORIANO CRÉMER
León

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ES UN DECIR. Desde la llegada a la península de los chinos comerciales, aquellos de las tres pesetas por los collares que se vendían en la calle colgados del brazo, los usos comerciales han cambiado mucho. Hoy, en España salvo los pisos para los jóvenes, que no tienen donde vivirse bajo techado, todo es infinitamente más caro que los redondeos orientales del todo a cien. A cien en España no se cede más que la porquería o las clasificaciones. Todo lo que por estos pagos se anuncia a cien y con rebajas, son deshechos de tienta, retales o gitanerías para los arreglos dominicales de los comerciantes por libre... Nunca, se recuerde, se ha dado en la Península Ibérica una situación de degradación de precios y al mismo tiempo de carestía tan acusada como en esta era de la invasión de los chinos, dedicados al comercio y a la industria de venta de imitaciones. El caso es que el buen comercio, tradicional de casa, aquel que se mantenía al pie de vivienda y del que incluso se esperaba obtener licencias para no pagar hasta la paga especial que se anunciaba ese comercio cuasi familiar, está desapareciendo, oculto o enmascarado bajo los disfraces del todo a cien, de las rebajas de otoño o de la ocasión para las economías débiles. En España se están abriendo, según las últimas estadísticas, no menos de cien comercios bajo la tutela, vigilancia y control de esos muchachitos pequeñajos, de ojos rasgados y de sonrisa inquietante. Aparentemente parecen seres absolutamente inofensivos hasta benéficos, sobre todo cuando se trata de competir profesionalmente, pero en la realidad ocurre justamente lo contrario de lo que se trata: El todo a cien no es más que un truco, una trampa, una manipulación mediante la cual, los recién llegados al lugar se ponen las botas. El comercio de siempre, el tendero, el vecino proveedor del pan y de la leche, se deja llevar, convencido de que está realizando una operación provechosa, por lo sistemas comerciales de chinos, japoneses y demás gente activa y vivaz. Y los comercios de barrio van cerrando sus puertas y despidiendo a su escaso personal hasta que finalmente, cansado el comerciante de toda la vida de perder tiempo y dinero toda la vida, se declara en ruina legal y se retira definitivamente hasta acabar con los restos de sus escasas reservas. Es, a lo que parece, el destino previsto para este comercio hispano, condenado a morir con las deudas puestas y sin la esperanza de que alguno de los intrincados recursos de que dispone la economía nacional, pueda echarles una mano que les salve. El gran comercio, los extensos espacios, las combinaciones profesionales están jugando a quedarse solas, a terminar por inanición con el comercio tradicional, generoso dentro de lo que cabe y dispuesto siempre a servir de plataforma para la resolución de las deudas. Ni cámaras de comercio, industria y navegación, ni benéficos ensayos de manipulación de géneros y de precios, nada sirve para contener la debacle y ciudades como esta nuestra, que fue siempre modélica comercialmente y sostuvo con gallardía y honestidad su figuración, corren los velos de la competencia y contemplan con tristeza cómo el comercio tradicional, del que se valían los indígenas cuando sonaban las campanadas de la agonía, cierra sus puertas para que puedan vivir los del todo a cien.

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