Diario de León
Publicado por
Antonio Núñez
León

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LO PRIMERO que se enseña en las facultades de periodismo es que no es noticia que un perro muerda a un hombre, pero sí que un hombre muerda a un perro. Lo uno pasa por normal y lo segundo sería una primicia, salvo en el País Vasco, donde los de ETA llaman txacurras (perros, en el ladrar de allí) a los policías y guardias civiles. Tampoco es noticia que cuando un colega pregunta en rueda de prensa al ministro Fulano o la ministra Mengana sobre el retraso de las obras del AVE todos y todas se limiten a mirar el reloj y contestar que «son las tres y cuarto, gracias». Si insistes en que si de la madrugada o de la tarde, suelen salirse por el meridiano de Greenvich, limitándose a señalar «las 15.15 am» o «15,15 pm», y cuando sentencian con un o'clock significa que no hay más preguntas. Este tipo de respuestas no quieren decir nada pero llenan ingentes páginas en los papeles, de lo cual deducimos los más veteranos que a muchos colegas el carné de prensa les tocó en una tómbola. No creo que sea una exclusiva, pero modestia aparte servidor lleva ya unas cuantas semanas sin poder evitar en los semáforos el asalto de políticos que le hacen, después de dar la hora, confidencias insospechadas sobre las listas electorales de mayo, lo asqueroso que es el cargo y el número que debería ocupar él. Como en el mundo al revés o en el del can mordido, de paso suelen preguntar al preguntador profesional lo de «¿Sabes qué hay de lo mío?». Si los de mi promoción, que es la del 76, llegamos a escribir esto en la tesina de fin de carrera, nos hubieran dado un suspenso general, en particular el profesor aquel del perro que, por si las moscas, no quería salir en los periódicos. Off the record sólo diré que ayer se me acercaron, moviendo el rabo entre las piernas, un can ex alcalde, otro más todavía en funciones y un tercero que aspira a dejar también su marca, pata arriba, en la Diputación. Se ve que tenían hambre, así que después de lamer la mano a uno de tantos periodistas que les da de comer, les acaricié yo también el lomo para que salivaran el bandujo antes del pienso, léase las encuestas electorales, que son un reflejo condicionado, según el psicólogo ruso Iván Pavlov, aprendido de tanto ayunar cuando la URSS. «Tú come y calla», les digo a todos, y automáticamente ellos dejan de enseñar los dientes. Hay que ser muy bestia para no comprender a los animales. Lo que pasa ahora es que hay mucho can suelto. Sin ir más lejos y aquí mismo en la provincia de León el censo para estas elecciones es de unos 211 alcaldes, no menos de 1.500 concejales, 25 diputados en la Diputación, otra docena de procuradores en las Cortes autonómicas, 1.400 pedáneos o presidentes de juntas vecinales, el triple, como mínimo de vocales, etcétera. Parece una bobada, pero, si el lector suma y sigue y hace un cálculo matemático de cuñadas a colocar en las diversas administraciones públicas, le saldrán, sin pasarse ni un pelín, el triple de puestos de trabajo que al Inteco o a la Ciudad de la Energía de Ponferrada. Esta última es otra, porque si un servidor mandara, este articulillo sería un editorial serio con el siguiente título a cinco columnas: «Apaga y vámanos». Como no es así, lo más que puedo hacer es dar consuelo amistoso a los de las listas electorales con un «el último, que apague la luz». El hígado de un servidor tiene fama de ser resistente entre los enemigos que se ha ido labrando trabajosamente a lo largo de muchas legislaturas, unos exquisitamente elegidos y a mucha honra, como de pequeño leí que le gustaba a Catón, el romano, entre panzadas de alubias y chianti, y otros que te llueven cuando menos los esperas. Al conjunto de ellos en vísperas de elecciones, cuando ahora invitan a comer a todos los periodistas entre confidencias de patatín y patatán, vaya una saludable declinación a su cortesía de mantel puesto: uno es como es, pero no piensa palmarlas así como así, ni con barra libre. En las viejas facultades de periodismo se enseñaba también cómo redactar una noticia sin llamarse a engaño ni engañar a nadie: daba igual que un hombre mordiera a un can, el por qué de que la Pantoja se enamorara de Cachuli o que Zapatero haya llegado a La Moncloa, por citar sólo tres eventos inverosímiles. Había siete preguntas clásicas para explicar las noticias en esta profesión, a saber: ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Para qué? ¿Y luego? ¿A quién aprovecha?. En campaña electoral, al cabo de los años, cada vez que escribo me pregunto también a mí mismo «¿Y tú de quién eres?». Y, la última, si llaman para venderme una burra o noticia, ya le tengo dicho a Laura, la telefonista, que, antes de mirarle yo la dentadura, pregunte ella primero, y así ahorramos tiempo todos. «¿De parte déee..?», dice ella. Es una profesional.

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