Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Envidia y reyes magos

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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NO ESTOY MUY seguro, pero me parece que la envidia es un pecado contenido entre los veniales. ¿Quién no envidia o ha envidiado a alguien por sus virtudes, por sus milagrerías, por su capacidad para hacerse con la mejor tajada o con las mañas más hábiles para quedarse con el pan y la limosna? España, decía el filósofo de mediados de siglo, cuando ya España no tenía motivo para ser objeto de envidia, era el mal nacional y por los chorros de la envidia y del resentimiento consecuente, le venían al país muchos de sus males y desventuras. De modo que los políticos moralistas, si de verdad aspiraban a componer una sociedad libre de culpas, se veían obligados a desterrar del corazón y de las costumbres de los hombres, todo estímulo que hacia la envidia pudiera conducir a la sociedad. Una sociedad envidiosa, se decía, no es más que una sociedad enferma. Y entre los motivos más peligrosos, por los que tenían de contagiosos, estaban los ceremoniales de los reyes magos. Muchas veces, cuando me dedico al examen de conciencia, acabo declarando que por alguna razón mis gentes no fueran nada envidiosas. Lo que en otras no tenían ya lo encontraban en sus vecinos, venía a decir Lorca. Y toda la parafernalia del aguinaldo de Reyes, no es sino una demostración terminante del ceremonial de la envidia. Cuando yo no era ni envidiado ni envidioso en mi casa no aparecían para nada los reyes magos de Oriente para nada, y el que tenía la desdicha de figurar como parte minúscula de la familia pobre, se quedaba sin regalo monárquico y fatalmente acababa en socialista de los de Pablo Iglesias. Contemplar los regalos, las preciosidades de que eran objeto los niños de algodón de las familias más que pudientes de la ciudad, era un motivo de comparaciones sociales muy peligroso y muy doloroso, porque a ningún padre le gusta comprobar cómo los hijos de los personajes obtenían regalos suntuosos, ellos, los niños sin medios propios ni ajenos se tenían que conformar con caretas de cartón, muñecas de trapo y cenas en la Caridad. Y eso, dígase lo que se quiera, forma y desinforma mucho. Esos ayuntamientos, esos centros comerciales en donde toda desmesura en el gasto tiene su asiento, es una invitación al robo. Y el patio cervantino de Monipodio se llenaba de residuos humanos de familias que no habían podido disponer de medios para regalar a los niños pobres. Esos organismos que se sostenían con los medios económicos que sacaban a los contribuyentes acababan adeudados hasta los bordes y en algunos casos extremosos, algunos de sus funcionarios terminaban por meterle mano al cajón del pan, para que sus hijos no tuvieran «nada que envidiar» a los niños del alcalde, del gobernador o del presidente de la Diputación. Si se me lograra alguna vez tener poder suficiente para borrar del panorama social alguno de sus vicios más lamentables y tristes, lo primero que suprimiría sería la fantasiosa demostración de los reyes magos y sus escenografías, sus excesos culinarios, sus descomunales demostraciones de potencia económica, que en el fondo y en la superficie no son sino descaradas demostraciones de prepotencia o de diferencia de clases. Y eso siempre es malo. Con reyes de Oriente y con reyes de Occidente.

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