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QUEVEDO será honrado como preso ilustre de este conventazo en el cacho de museo de León que quedará en San Marcos, una de cuyas salas recordará la condición de cárcel de este sitio de espectacular platería arquitectónica que en realidad sólo tuvo durante la Guerra Civil pues, por más empeño o literatura que se le eche, lo de Quevedo no fue prisión de cerrojo (sin duda, moral y emocionalmente lo fue), sino puro confinamiento decretado por el burlado Olivares, conde-duque el tío. Quevedo fue preso de lujo comparado con cualquier otro detenido común o reo ilustre de la época; era caballero distinguido de la orden de Santiago (por lo que exigió fueran esa orden y su maestre los tutores de la sentencia; y tuvieron que otorgárselo sin réplica ni mengua). También le valió ser celebridad y sujeto de gran respeto para disponer de un régimen «penitenciario» si no envidiable, sí comparativamente privilegiado. No existe en todo San Marcos, como dice el oidor de campanazos, calabozo alguno y, menos aún, esas mazmorras que apunta el cicerone adobando la patrañuela con que era tanto el frío allí, que el genial escritor pedía recado de escritura, quemando después escritos y papelotes para alcanzar a calentar un poco los ateridos huesos y las tres heridas que «con los fríos y la vecindad de un río que tengo por cabecera, se me han cancerado» (el río es cabecera de la mitad de habitaciones de esta lujosa casa madre de la orden, que el vulgo insiste en que fue hospital de peregrinos, cosa que tampoco, jamás). Los cuatro años que vino a estar confinado Quevedo aquí fueron el crudo prólogo de melancolía mortal que le llevó a la tumba poco después de dejar estos hielos y los amigos que aquí hizo, como un canónigo de San Isidoro que iba a buscarle para sacarle y echar la tarde a perros , pues juntos se largaban paseando por la rúa nova de Renueva hasta la colegiata (así que pudo huir si quiso) tarasqueando por charlas pías y homiléticas que acabaron llevando a Quevedo a un cuasi rango de meapilas, pues lo que más escribe en este dolorido trance cazurro son vidas de santos y exaltadas teologías de cierto bochorno, no se sabe si para alcanzar piedad y favor del poder esclesiástico o por salvarse de aquel invierno y del Infierno tan pecadoramente ganado y prometido por su amigo el curón.