LITURGIA DOMINICAL
Dedicarse a la buena vida
ENTRAMOS en el tiempo de Cuaresma, que es ocasión para la reflexión, en primer lugar. Vivimos tan apremiados, tan deprisa, estamos tan aferrados a los medios de vida y a sortear los obstáculos para conseguirlos, que apenas si nos queda tiempo para nosotros mismos. Y necesitamos tiempo para la serenidad y la reflexión. Para ser capaces de darnos a vivir la vida al estilo de Jesús, la «buena» vida. La Cuaresma es una oportunidad para guardar silencio y escuchar la Palabra de Dios. Necesitamos, pues, confrontar nuestros criterios y nuestros ideales con la Palabra, para no desvirtuar nuestra fe y no perder el horizonte de la esperanza cristiana. Porque ser cristiano es creer y esperar en la promesa de Dios en Jesucristo. La Cuaresma es invitación a la oración. La oración es la primera consecuencia de la fe. No podemos vivir como si tal cosa. Si somos creyentes, si escuchamos la palabra de Dios, si leemos el evangelio y lo ponemos en práctica, tenemos que entrar en comunicación con Dios y orar: manifestarle nuestros sentimientos y hacerle presente nuestras dificultades y necesidades. La Cuaresma es una prueba para la fe. Porque la vida es difícil y frecuentemente hostil para la fe. Corremos el riesgo de dejarnos llevar de lo que nos parece que hace todo el mundo y así alejarnos del proyecto de vida creyente. Tenemos siempre el peligro de caer en las tentaciones que nos asaltan diariamente. No solo de pan vive el hombre: ¿Hay algo más justificable que el trabajo o los negocios para ganarnos el pan? Pero el afán por ganarnos el pan puede anular otros afanes que también debemos alimentar. Porque el hombre no vive sólo de pan. Jesús nos enseña que hay otro alimento: hacer la voluntad de Dios. No podemos olvidar que todos somos hijos de Dios y que también los demás tienen que ganarse el pan. No tentarás al Señor tu Dios: Otro peligro para la fe es el intento de reducir la religión a un sucedáneo de nuestros recursos, a un consuelo de nuestras frustraciones o impotencias. Con frecuencia nos acordamos de Dios o de santa Bárbara sólo «cuando truena». Querríamos que la religión sirviese para remediar nuestros infortunios y nos desconcierta el silencio de Dios ante nuestras legítimas pretensiones. Pero Dios, que es nuestro Padre, nos ha hecho responsables y jamás nos suplantará en lo que tenemos que hacer. Creer en la providencia no es pensar que Dios está para nuestros caprichos. Al contrario, es creer que estamos, en última instancia, en las manos providentes de Dios. Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto: Hay con todo un gran peligro para nuestra fe: la idolatría. Nos confesamos creyentes en Dios y en Jesús. No obstante, nuestra manera de proceder indica que nuestros dioses están muy lejos de Dios. Porque hemos puesto nuestra confianza en nuestros ídolos y hemos abandonado a Dios. Hemos de poner las cosas en su sitio, empezando por ponernos en nuestro sitio nosotros y luego a todos los demás.