Diario de León

CORNADA DE LOBO

Braserobotabaraja

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CARTULAJE llama el entendido y el vicioso al mazo de cartas con que se arrastra al pinte o matamos tardes y aburrimientos. La baraja es más seña de identidad ibérica que la siesta o ese torosborne negrote zaíno que campea en su indulto sobre horizontes de carretera o estampado como escudo de raza en banderas españolas de grada voceada para confirmar el machadiano temor: de cada diez españoles, uno piensa y los demás embisten. ¿Cuántas horas engulle al año la brisca mujerina, el mus del falampones, el tute cabrón o la perejila, que es cosa a la que jugaban de a peseta (ahora a perrina de euro) y con agudo alboroto las paisanas cazurras como si fueran un concejo de cornejas?... ¿Cuántas barajas devora un invierno leonés?... ¿Por qué las barajas tienen reyes y no presidentes de república?... ¿Serán gais esos pajes a quienes llamamos sotas, porque sotas sólo son en lengua vieja las putas putonas?... ¿Por qué existe una baraja española cuando el resto del universo mundo juega con la modalidad francesa de picas, diamantes, corazones y tréboles, cuyos reyes representan a David, Julio César, Carlomagno y Alejandro el macedonio (y qué reyes son los nuestros)?... ¿Por qué la única cuestión en la que están absolutamente de acuerdo todos los españoles es que para jugar a las cartas como Dios y el vicio del burle mandan sólo vale la baraja que edita don Heraclio Fournier (Vitoria, madeinSpain, dice en su as de oros), porque el resto de barajitas de colección o barajonas de ornato, diseño y propaganda no hay cristo que les clave la retentiva?... ¿Fue justo que don Heraclio, como afectado en cesación de negocio, cobrara la pertinente indemnización al canto que le fue concedida en aquella manga ancha de las expropiaciones del embalse de Riaño?... ¿Por qué se dice que para cruzar el invierno de nieve tumbada en estas montañas sólo cabe la fórmula de las tres bes: brasero, bota y baraja (Quirós dice que son cuatro bes, pues añade braga )?... En asomando barajas, repito un viejo chiste que define nuestra embriscada pasión por ese cartulaje del que siempre serán curas, secretarios y maestros sus ideales catedráticos: « Padre -susurraba un tipo en el confesionario-, me acuso de perder mucho tiempo jugando a las cartas... No, hijo, no -replicó el cura-, si ya lo digo yo, ¡no había ni que barajar! »...

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