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CRÉMER CONTRA CRÉMER

Mi candidato no me quiere

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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LO SIENTO EN EL ALMA. Se me amarga el viento y me suben las lágrimas. Pero, pero no lo puedo evitar, por más esfuerzos que hago, ni cabe echarme a mí la culpa de esta tremenda desazón, porque mi candidato no me quiere. Y es que en esto de la política suelen conjugarse o pelearse afectos e intereses diferentes, que en algunas ocasiones se encuentran en el camino, se estorban y procuran, por las buenas, olvidar cualquiera de las situaciones que hayan podido concitar la distanciación, la enemistad, la enemistad o el mal entendimiento de los unos y de los otros. Pero que quede constancia: Yo no tengo la culpa de que mi candidato no me quiera. Los que andamos en este oficio de intentar descubrir el forro de las cosas y de los problemas solemos chocar con demasiada frecuencia con la susceptibilidad de aquellos que, por andar a nuestra vera o por ser nosotros curiosos en extremo, agitamos las aguas mansas y suscitamos la reserva enemiga de aquellos que son tocados en algún comentario, hecho con la mejor intención de esclarecer las cuestiones o para conseguir el entendimiento, la cordialidad, que los hombres, las cosas y los problemas suscitan. Un político, por muy dominada que tenga o que suponga que tiene la situación, no tiene por qué amar al prójimo como a sí mismo, porque los políticos ya se sabe lo que suelen querer en el uso de su cargo; pero tampoco deben esperar que por ser vos quien sois, porque andais con el mando puesto y por disponer de instrumentos para dañar al vecino, vaya éste a supeditarse a su capricho, a su entendimiento o a su soberbia. El político, mi candidato, es tan frágil de entendimiento y de voluntad como pueda serlo el elector, el compañero escolar o el amigo de la familia. Y es hasta natural entender su actividad de hombre selecto, al margen de los errores y de las confusiones que pudieran afectar al ser humano, humilde y errante. ¡Ah! Pero que tampoco se haga la ilusión el ilustre prohombre político, que hace alarde de su frialdad sentimental para conmigo, que para atraer su atención, para suscitar sus interés hacia mí, voy a evitar decir la verdad o evitar descubrir alguno de sus fallos. El animal político, dicho sea con todos los respetos suele establecer tablas de estimación atenidas a su interés personal. Si algo o alguien, por la sinrazón que sea, le roza sobre la marcha, el político se solivianta y si tiene poder para ello, condena al caminante que no le prestó la debida pleitesía y le niega el pan y la sal. Con lo cual, naturalmente lo único que hace es provocar la existencia de un rival innecesario. Mi candidato me hace señales claras de desinterés, de desafección, de enemistad incluso, y de nada vale que le reitere mi personal respeto y admiración. El político, sobre todo este mío, de mi drama sentimental, es sin duda el ejemplo más patente de la falta de capacidad, de identidad, de calidad para ser lo que es, y no es suficiente que algún retórico pagado diga de él que se trata de un genial descubrimiento, sino, lisa y llanamente, que por mucho que cacaree no deja de ser un ente vulgar que no perece el puesto que tiene allí...

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