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DELITO tienen los traductores muchas veces de no pocos errores y mentiras que no sólo se convierten en verdades, sino incluso en dogmas, verdades que se meten dobladas o decretadas sin admitir apelación ni controversia. Aquello de que «es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico en el reino de los cielos» lo repetimos como cita evangélica y erramos porque alguien erró antes. Como ejemplo en un maestro de parábolas es tan absurdamente desproporcionado, que nadie se explica cómo el Rabí de Nazaret pudo desvariar con un símil absurdo que nadie entendería. Tuve un profesor de Exegesis que le echó gran literatura al tema para explicarnos esta picuda metáfora. Alegaba que no se trata del ojo de una aguja de coser con su obligado enhebrar, sino de una pequeñísima puerta o «aguja» que existía en algunas fortificaciones o murallas por las que a duras penas podía entrar una persona, aunque haciéndose un quebrado y desollando ropa en la abertura. Y se quedó tan resuelto y académico con estas explicaciones. Aquel profesor tardó en averiguar que todo el desmán tenía un culpable, san Jerónimo, el traductor al latín de los Evangelios que marró el concepto del texto original griego al traducir la palabra «kamelos» por camello, cuando en la lengua de Platón kamelos es simplemente una maroma gruesa utilizada para el amarre de embarcaciones en el puerto. La cosa, así, tiene más sentido, el único sentido, el que rompe todas mis cábalas infantiles imaginándome a un terco brutote dando de grasa a un dromedario para meterlo por el ojo de una lezna , que es la aguja más grande que conozco. Ese mismo profesor nos decía que tampoco se puede traducir literalmente según que cosas, porque el tiempo o diferencias culturales no lo explicarían (el besar los pies al Maestro se tradujo así, porque en arameo significaba besar la túnica sobre la zona de los genitales, ya que era arcaica costumbre de reconocer así la autoridad o patriarcalidad generante; aivó). Secretarios, párrocos o amanuenses están detrás de variaciones inexplicables de palabras oriundas por su mala transcripción (Saliambre se hace Sajambre); y sobre su error inicial sienta después cátedra el etimólogo o el patriotero. Al final, no es rara la cantidad de kamelos y camelos con que enhebramos la aguja de la historia.

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