Diario de León

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AQUEL chocolate de internado que nos daban parecía hecho de areniscas y estraperlos, chocolate a la taza, de hacer se decía, que valía para meriendas, pues con leche y almendras era asunto caro de colegios de pago... Malote, sosote o vulgarote chocolate era aquel tabletón ladrillero que estampaba en su envoltorio la rotulación pobretona de alguna razón industrial provinciana y familiar: Viuda de Casimiro Díez, La Cepedana, Jualo, El Mago... Me resucitaron estos recuerdos rebozados de cacao y de tienda de ultramarinos al entrar en el Sica07 , salón internacional del Chocolate de Astorga, la primera ciudad-puerta para todo el chocolate que entró de las Indias a la España imperiosa y a la Europa que después se relamía y refinaba aquel exotismo que llegaba en nuestros galeones porque el marqués de Astorga tenía el privilegio de su comercio, así que maragatas fueron las primeras industrias del azteca chocoatl y hasta cuatrocientas fábricas de chocolate llegó a haber en estas tierras, minifundio industrioso que nunca parió un gigante, aunque difuminó riqueza en proliferación de negocios familiares... chocolate de molino de piedra, de brazo y calderete, arcaica maquinaria y complemento industrioso de viejas empresucas de cera en cirio para los curas y mantecadas para las monjas. De este salón astorgano (que deberá alzarse en ventana desde la que ver y recuperar patrias chocolateras perdidas) tendría que salir una senda de la imaginación, nuevo alarde chocolatero para abrir un hueco entre los emporios suizos o belgas que nos dan jícaras con onda y onza y con los que difícilmente se podrá competir: «Si no puedes ser el mejor, al menos sé diferente»... por ahí nos espera algún futuro. Recupérense viejos y arcaicos recetarios de la elaboración chocolatera de los siglos indianos, aquellos chocolates con jenjibres, pimientas, vainillas, anises, ajonjolís o especias moras... incluso aquel compuesto básico que elaborábamos en la tienda familiar para que el barrio tuviera chocolate de hacer barato y sustancioso, pues embolsábamos solamente cacao, azúcar y harina en sus justas proporciones... y se vendía la humilde fórmula en montoneras... y chocolate con tostas, con churros, con frisuelos, cocadas, mazapanes, lenguas de gato, bizcochos, galletas... o a fuerza de pan emborrachado en leche.

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