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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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NO ME HA DEJADO el genio ni el sentimiento, esperar a que los medios dedicados a la expansión de las noticias me trasladara la de la muerte de ese soldado (femenino) y las heridas inferidas a dos de sus compañeros. Fue en Afganistán, tierra de talibanes y de asechanzas peligrosas; atendiendo a demandas misericordiosas, por utilizar un adjetivo tan caro a los arábigos de uno o de otro temperamento. Los soldados españoles, digo, habían acudido a una llamada de ayuda, no para esgrimir un poderío ni mucho menos un dominio, sino democráticamente, cristianamente, misericordiosamente, para ayudar al acosado, al derrotado, al perseguido, al condenado por la impura palabra de los hombres de Guantánamo. Se instalaban sobre las arenas perversas del territorio, y levantaban tiendas para el acogimiento, para el entendimiento, para la paz. Y uno de los días marcados por los sombríos hombres de la guerra, puso en su camino, que era el camino de todos los hombres dispuestos a cederse valores, sabidurías y hasta sentimientos, alguno de esos angelitos negros que, como diría el filósofo Machín, también les quiere Dios, pusieron bombas homicidas, digo, bombas poderosas. Y cuando los soldaditos españoles, que no habían acudido a ninguna leva de la muerte, acabada su labor de protección, regresaban al puesto de acuartelamiento, el artefacto colocado con la insana intención de producir sangre y desolación, explotó furiosamente y quedó tendida el soldado femenino que formaba parte de la patrulla, (soldadera de la muerte escondida) y sus acompañantes quedaron rotos, con heridas, sobre los hierros del vehículo que les transportaba. Una vez más, como en Marruecos, como en América, como en la Europa en llamas, los soldaditos españoles ponían su sello de sangre sobre una tierra protegida. La noticia se extendió por la Península, dejando a su paso un alentar de rabia. Sencillamente otra vez los versos del poeta se hacían de indispensable y sangriento conocimiento: ¿Recordáis? Desde la cumbre bravía / que el sol indio tornasola / hasta el África que inmola / sus hijos en torpe guerra, / no hay un puñado de tierra / sin una tumba española... Dolorosamente la letra, el aliento, la música se cuajó en el alma viva de la tierra original de los sacrificados por una guerra que ellos no habían concebido ni entendido. Y como en Cuba o en Filipinas, cuando los españolitos madre, vestidos de rayadillo eran sacrificados en campos de azúcar y los indígenas peninsulares empeñaban el colchón para no perderse la corrida de toros montada para poner de manifiesto el valor, la destreza y la magia de los españolitos, así ahora y en la hora de la muerte, mueren soldaditos de España en tierras extrañas, mientras, tal vez, quién sabe, acaso, en la Patria nutricia, los hombres se maten por la victoria o la derrota de un Club de fútbol. ¡Le digo a usted, señora, que es como para mear y no echar gota!...

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