CRÉMER CONTRA CRÉMER
El vino nuestro de cada día
CONOCEMOS PERFECTAMENTE el lugar en el cual vivimos, trabajamos, comemos y desnacemos. Sabemos, a través de los medios que la técnica pone a nuestro alcance, que en un momento turbador y sin demasiado sentido, una muchacha, en la flor de la vida, se deje morir entre las paredes indiferentes de su vivienda, dejando sin su voz y su compañía a hijas, hermanas, esposo y gente que de verdad la quiere. Porque el drama más tremendo del morir es conocer que allí, en el instante mismo en el cual se sube la sangre a la cabeza, dejo de ser querido, para convertirme en un recuerdo. Es tremendo morir. Y cuando aconteció el funesto momento de morir, alrededor de Erika Ortiz se convirtió en un dolor extenso. Esta muchacha, muerta en olor de juventud era ya la hermana de nada menos que una princesa y familiar entrañable de reyes. Recordamos a Jorge Manrique y sus conmovedoras coplas a la muerte de su padre: Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir allá van los señoríos derechos a se acabar y consumir... Y nos fue permitido ¡al fin! Conocer la gloria de los muchachos que nos representan, dándole patadas inteligentes a un pelotón, sobre todo porque el derrotado es el petulante representante de la no menos imperiosa y engañosa Gran Bretaña o Reino Unido o Inglaterra, que de todos modos se la conoce y responde. El conocimiento de los nuestros con la engañosa Albión de Gibraltar está entreverado con repulsión ancestral, quizá desde las correrías del salteador Drake o cuando se decidió que el Peñón, es territorio inglés. Y el odio como el amor no se borran fácilmente. Está demostrado que el conjunto de sucesos es el mecanismo mediante el cual los pueblos se encuentran en los caminos, se entienen o se matan y por estar lo uno con lo otro tejido con el mismo hilo, parecen fenómenos que nos afectan principalmente. Lo mismo que cuando a una ministra se le ocurre la complicada idea de someter el comercio del vino a cuestionamiento, a análisis social, a consideración cultural. No cabe riesgo mayor. Parece como si el Gobierno, en su composición, hubiera decidido nombrar una ilustre y valerosa señora para tomar las decisiones más aventuradas. Como si la problemática del tabaco no fuera suficiente para alterar el ritmo de la sangre de un número considerable de ciudadanos, surge otra excelente funcionaria del gobierno democrático que nos dirige y decide que la forma más radical y más barata por tanto de eliminar de los malos usos y costumbres de la plebe la manía de beber vino a morro en la calle, hasta alcanzar el comatoso estado de la borrachera no es sino uno: Acabar con el vino. Esto parece un despropósito, sobre todo cuando hay tierras de promisión en las cuales se da el vino como producto fundamental de la vida económica del lugar. Y porque entre nosotros se conserva en todo su vigor, aquella norma que dice: «El que a León vino y no vino a beber vino, no se sabe a lo que vino»...