Diario de León

El paisanaje

Con chistera y bombín

Publicado por
Antonio Núñez
León

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EN LA madrileña calle Ávila, esquina a Bravo Murillo, número doscientos y pico, bajando hacia la calle Orense y, más allá, al Bernabeu, gocé siendo estudiante veinteañero de la amable vecindad de José Luis Coll, que al natural era tan buena persona como en la tele. Compartíamos con el resto de los parroquianos de la zona una barra de bar monstruosamente alta, la única, que uno recuerde, donde para apoyar los codos había que escalar el vaso antes de brindar. Así que llegaba Coll, de metro sesenta muy raso, miraba de abajo a arriba al camarero, el cual, encima, servía desde una tarima, y pedía muy serio «un corto. ¿Pasa algo?». De tapa le ponían cortezas de tocino, que a él le sabían a marisco de su pueblo (Cuenca). Y, después de habernos hecho reír a todos, digo yo que subiría a comer después del aperitivo y dormir la siesta en casa, sintiéndose alto tumbado en el tercer piso del bloque de al lado, sin ascensor. Coll, que falleció a mediados de esta semana un tanto mermado de enfermedad, pero no de humor, formó con el valenciano Luis Sánchez Polach, alias Tip, una de las parejas de cómicos más populares de la transición, el primero apuntado al PSOE y el segundo con querencias que más bien tiraban a Fraga, contrastando pareceres que ellos mismos se tomaban a coña. De ahí el éxito que alcanzaron rápidamente, menos entre los gobiernos de la época y algunas autonomías, como la catalana -donde el pequeño Coll fue amenazado en televisión por los independentistas al rogar que le entrevistaran en la lengua de su madre- que tenían la misma sutileza e ingenio que un buey. Eso les pasaba a todos los gobiernos de la época. Tal vez la única excepción en aquellos tiempos fuera el gallego Leopoldo Calvo Sotelo, pero pasó desapercibido porque mandó poco tiempo y, además, se le agravó la cara de palo a lo Buster Keaton cuando el 23-F de Tejero. El fallecimiento de Coll en anciana edad, uno de tantos niños huérfanos de la Segunda República como tantos otros exiliados en la Argentina peronera, es muy mala noticia para quienes añoramos los años en los que uno se podía reír del gobierno, daba igual el color. Ahora la gente anda muy encabronada, con perdón, y no atiende a ingenios ni razones, ni siquiera deportivamente hablando en la barra del bar. Así, cuando en aquellos diálogos televisivos Tip argumentaba que la unidad de España ardía cual falla de Valencia, su tierra, el otro le contestaba que no y que, descontado Euskadi, Pujol, el cortijo andaluz de Felipe González y Lola Flores, amén del pazo de Meirás de Franco, todo seguía igual. Cuando después de sumar y restar los dos echaban las cuentas del mapa les quedaban Lepe y Andorra. En eso estaban de acuerdo, igual que en la liga de fútbol, cuando José María García Butanito tronaba desde la radio contra la dictadura de las federaciones deportivas. Recién muerto Franco, eso sí. Y, haciendo una metáfora sobre el profesionalismo de salón y el mamoneo que ya entonces invadía todo tipo de manifestaciones deportivas cuando don Santiago Bernabéu iba a pescar en barca a Santa Pola, como Chanquete, le dijo Coll a Tip, que era medio del Barça: «¿Sabes lo que es una remera? Pues una puta con piragua». ? la hora de escribir estas líneas aún no se ha celebrado en Madrid la manifestación del PP contra las negociaciones del Gobierno con ETA. En esto servidor está más del lado de Tip que de Coll y sólo lamenta tres cosas: una, que las hayan palmado ambos; dos, que Zapatero y Rajoy no estén a su altura en las encuestas; y, tres, que los dos primeros ya no puedan presentarse a las elecciones, iba a dar lo mismo para presidir que para la leal suposición. Después de esos dos ya sólo queda en política gente mal encarada. Coll, invitado asiduo a la bodeguiya de Felipe González en La Moncloa para jugar al billar, del que también era un experto, terminó distanciándose al final de Tip por esas carambolas que da la vida. Así que la pareja se separó jugando a dos bandas, tal que el país hoy. Servidor espera que allá donde estén ahora ese par de dos no haya elecciones o, por lo menos, que Coll le diga a Tip, recién llegado a aquella altísima barra donde dicen que se liban los mejores mostos por toda la etermidad: «me ponga un corto ¿Y qué?». A lo que el largo responderá añadiendo el pincho de las cortezas «invita España, o sea la casa». Se me ocurre a mí también que por aquellas trochas, donde nadie de aquí abajo tiene cobertura para el móvil, andará también un tal Miguel Gila, otro niño de la guerra intentando, teléfono en mano, que a los españoles no se les vuelvan a cruzar los cables. «¿Es ahí el enemigo? Se ponga», fue su último SOS de risa. La próxima semana hablaremos del Gobierno.

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