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Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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ESPAÑA ES UNA NACIÓN que tiene 45 millones de habitantes. Y 20 millones de trabajadores. España es un país próspero, la octava potencia económica del mundo. España es un país bello, diverso, con una gran historia. España es un país con una riqueza artística que, probablemente, solo supera Italia. España es la patria del segundo idioma más importante del mundo. España es un país solidario, que más o menos bien está sabiendo integrar a cinco millones de inmigrantes en muy pocos años. España es un país de jóvenes creativos, luchadores y optimistas. Pues bien (mal), en España están sucediendo cosas muy raras desde hace algún tiempo. Cosas que pueden llevarnos a un escenario hoy por hoy impensable. España tiene una clase política respetable, pero de un nivel muy flojo. Y no quiero quedar como un enemigo de los políticos, todo lo contrario. Considero que la política es una tarea nobilísima, sin duda la más importante de todas las que una mujer o un hombre puede emprender. Mas, recordemos a Aznar, que ya desvarió lo suyo con la delirante boda de su hija. ¿Quién le mandó meternos en una guerra ilícita y absurda? Sí, Irak estaba en manos de un tirano asesino, pero ¿suponía realmente Sadam un peligro para el mundo? Aznar confundió sus deseos de pasar a la historia como un alto hombre de Estado y del Universo y quedó como figurante insólito y ridículo de un horrendo desastre. Eso, cierto, no empecé los muchos logros de Aznar, que los tuvo: la lucha antiterrorista, la recuperación económica o la mayor presencia de España en la escena mundial. Méritos importantísimos, sin duda. Del mismo modo, simétricamente, los muchos éxitos de Zapatero -retirada de Irak, extensión de derechos cívicos, tantas mejoras legislativas¿- se contrapesan dramáticamente con su error capital, y creciente: su ausencia de modelo territorial para España. Este asunto está en el origen de la manifestación de ayer. Y del encono de los últimos años. Zapatero ha cometido el terrible error de pactar la reforma territorial de España -que los votantes no pedían- con quienes odian a España. Y de ahí viene casi todo. De ese pacto articulado a través de Maragall: un político nacionalista disfrazado de socialista al que Zapatero debía los votos que le hicieron líder frente a José Bono. Por eso Zapatero ninguneó al PP en asunto tan capital, quebrando la práctica de treinta años de consenso. Y ese gravísimo error -que acaso el Tribunal Constitucional pueda arreglar en parte- se desarrolló simultáneamente a su negociación continua con ETA-Batasuna. Muchos tenemos la sensación de que estamos en manos de quien no sabe dónde va. Y hasta la prensa más adicta a Zapatero le pregunta: "¿quo vadis?" ¿A una confederación balcánica, que es lo que parece? ¿A negar, de facto, que la soberanía nacional reside en todos los españoles, y que nunca los vascos podrán decidir a solas en asuntos que afectan a toda la ciudadanía? ¿A dejar que se presente ETA a las elecciones municipales, como va a suceder? Se trata de un colosal despropósito que no se puede enterrar con descalificaciones de voceros y burócratas. ¿Quién se cree que los 10 millones de votantes del PP son de extrema derecha? ¿Quién se cree que los 11 millones de votantes socialistas avalan una política que nos lleva a la disgregación y, lo que es peor, al enfrentamiento? ¿No repara Zapatero en que puede estallar la violencia en Navarra como siga sin pronunciarse con claridad sobre el futuro de aquel antiguo reino? Y, con todo, soy optimista. Creo que España seguirá siendo un gran país. Unido, convivente, en libertad. Pero con otra política. PSOE y PP tienen que ponerse a trabajar juntos en lo que el 90 por ciento de los españoles, como poco, desea. Y nadie va a consentir que ese anhelo, histórico, legítimo y democrático, se malogre.

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