El paisanaje
No hay derecho
ALGUNOS sostienen que la actual inflación de abogados obedece al hecho de que, aunque no haya pleitos bastantes para todos, ellos solos se encargan de enredarlos. Según otros, se trata de una carrera que gusta a las madres y a las suegras desde tiempos inmemoriales, empeñadas respectivamente en que los hijos hagan oposiciones a notarías y las hijas se casen contra el supositor para tener éxito en la vida, lo que ya es mucho suponer, incluso en los matrimonios mejor avenidos. Por último, quedamos unos pocos para los que la profesión de picapleitos no es más que un atajo, salvo honrosas excepciones, para que vivan de la política los que no valen para otra cosa o para más, y perdónese tanta preposición para no seguir. Con la gramática parda que dan los años mi compadre el gitano sigue sin explicarse dos cosas: la primera, cómo pueden vivir tantos de la maldición de «pleitos tengas y los ganes» y, segunda, cómo es posible que, siendo los romanís una minoría y habiendo tanto payo, media España esté crispada contra la otra mitad. «Ja, chacho, hasta al Lute, que robaba gallinas, le va mejor ahora de abogado», sentenció el otro día, «¿O será por la gripe aviar?». Sin duda se trata de un virus más antiguo que, como mínimo, remonta a Cicerón, el romano de las catilinarias, si bien haya ido mutando hasta la situación política actual y explica tanto pleito nacional sin sentido. Repásese, si no, la lista de los que más enredan en España o aquí mismo. Son todos abogados con mucha labia, aunque sin más oficio o beneficio que la política, o, por lo menos otro no se les conoce: Zapatero y Rajoy, uno nacido en Valladolid y el otro en Galicia, pero malcriados ambos aquí, el ministro de Defensa, señor Alonso, el alcalde Amilivia, el ex alcalde Morano, que es amigo, el de Villaquilambre, Miguel Hidalgo, que lo parece, el leonesista De Francisco, al que tienen pánico en los juzgados cuado lo nombran por Pelines , Chamorro, el que se quedó por el morro con la UPL, etcétera. Incluso el candidato socialista y ex alcalde Francisco Fernández, que anda medio pillado en lo de la Lastra y la contrata de la basura por no entender de leyes, como Manolo Escobar cuando perdió el carro, tiene en las próximas listas electorales nada menos que siete abogados para los primeros catorce puestos de la mayoría absoluta. No merece la pena enumerarlos, porque todos son leguleyos de postín, pero, que se sepa, ninguno ha ganado un pleito o, por lo menos, servidor no se los recomendaría ni a su peor enemigo. Hoy día hay ya tantos letrados como bares -aproximadamente uno por cada ciento cincuenta habitantes, según la Asociación Leonesa de Hostelería- aunque sin el juicio ni la mesura del tabernero de la esquina, de ahí las malas caras del Congreso y del Consejo de Ministros en contraste con las amables conversaderas de barra, donde, ronda va, ronda viene, los que somos de pueblo y no del foro acabamos siempre arreglando el país aunque sea a las tantas y, aún en las peores crisis, con la penúltima copa. Y, si las cosas no salen a la mañana siguiente como teníamos pensado, nos ponemos otra vez de acuerdo por la tarde en que la culpa no es nuestra, así que debe de ser de tanto abogado del Gobierno. ¿Crispación? In vino veritas , señoría, porque nosotros no engañamos a nadie. Hay en cambio hoy día mucho profesional de la política que vive de azuzar a la gente en general o, como diría Groucho Marx, a la parte contratante de la primera parte. O de enredar al rebaño, como les dijo también el otro día el pastor del pueblo a una pareja de mastines de la Guardia Civil que le cortaron el paso de la cañada real de toda la vida con la libreta de las multas: «Sois perros de pelo ralo, aunque no peligrosos ni de mala ley, pero el secretario que os manda, a más de calvo, es abogado». Casi hubo que ponerle un bozal y llevarlo a la protectora de animales. La crispación social va en aumento por culpa de la política y de los abogados que nos representan en las altas instancias. Hasta en casa discutimos el sábado sabadete sobre la nueva ley de paridad de sexos a la hora de decidir quién se pone encima, cosa que antes no había sucedido. El día menos pensado acabamos en el juzgado de familia por un quítame allá esas pajas, tan mal encarados como la vicepresidenta Fernánez de la Vega. «De acuerdo con la paridad», le dije al juez, «¿Pero quién va de número uno, Zapatero o ella?». Salomónicamente su señoría quería partir mi casa y mi familia en dos, pero también le dije que para arreglar así el país, mejor dejarlo como está. No merece la pena meterse en pleitos de política, porque el que no es abogado resulta ser alquimista o medio brujo, como Rubalcaba, que es químico. Tal es así que no sabemos todavía lo que explotó el 11-M.