CORNADA DE LOBO
Pintando la fe
LA SANGRE fue la primera pintura del hombre cuando ensayó en la caverna su magia de crear lo que no veía necesitando que existiera. La fe es pintura, más que otra cosa. De sangre vertida fueron los trazos del primer bicho pintarrajeado sobre la roca. Los ritos mágicos de la caza y de la guerra se hicieron pintura... y la pintura inventó los primeros dioses para infundir devoción, terror, delirio o sometimiento desde el pellejo de bóvedas y paredes, aquellos primeros retablos. Mezclada esa sangre con arcillas y grasas se descubrió la eternidad de la pincelada... y de las religiones; y si es sangre de toro fundida con betún, el trazo indeleble puede persistir siglos en los viejos muros de la Salmántica académica sin que la dictadura del sol y el cuchillo del hielo lo muerdan o devoren. Pintar es sangrar el alma. Un niño garabatea antes que habla. Entonces, la inocencia guía su mano para que nazca la verdadera y clarísima torpeza de lo abstracto y lo confuso; pero cuando aprende a pintar, ay, pervierte toda la candidez e ingenuidad con que nacemos... y se nos muere aquel niño que, sin comprender el mundo, conseguía explicárselo y explicarlo. Picasso es lo que buscaba, dicen; acabar pintando como un niño. ¿De verdad?... Desgraciadamente, estaba inhabilitado para conseguirlo porque el dios que llevaba sentado dentro y las religiones del dogma y del dinero que allí le bullían sólo le permitieron vivir como un pobre, que era a lo que aspiraba; eso decía; y cada cuadro suyo fue un lujazo y una cotización que insultaba al jornal honrado o de miseria... y a los pobres y parias del universo mundo, cuyos garabatos hechos en la arena con algún palo de la desesperación y cuyas máscaras tribales o geometrías en cueros fueron pizarra viva donde Picasso encontró filón y genialidad creadora para pillar... o encontrar al niño que irremediablemente había asesinado en alguna esquina de su corazón durante una noche azul... y otra roja. Sólo el que pinta desde la sangre y no pinta dioses puede aún ser inocente. Y aquí comparece Jular. El martes en Ármaga cuelga exposición para preguntarse y responderse. Su abstracción es de trazo, que no de intención. Su paleta, patria de tierras y pardos, tiene aquí luces, color vivo y un rastro de chispas que, como a Garbancito, le permitan regresar a casa, a la patria del niño.