LITURGIA DOMINICAL
Seguimos necesitando misericordia
LA LITURGIA de la Palabra de este domingo nos sigue ofreciendo pistas para meditar sobre la misericordia de Dios y sobre la nuestra. Este domingo encontramos a Jesús que se ofrece como don de misericordia hacia la mujer adúltera. A simple vista es un relato que puede parecer poco apto por nosotros. Los tiempos han cambiado: hoy no hay peligro de que una mujer adúltera sea lapidada públicamente, al menos en el mundo occidental. Es mucho más fácil que sea ridiculizado por colegas y amigos quien ose hablar en serio de fidelidad conyugal. Tampoco hoy se habla de «adulterio», sino de «aventura». Incluso podemos decir: ¡Ni siquiera Jesús ha condenado a la adúltera!. Ciertamente. Pero tampoco le ha dicho: «Venga, vale, pero otra vez procura ser más discreta... «; le ha dicho: «Vete y en adelante no peques más». La diferencia es muy grande. No podemos reducir el Evangelio a ningún tipo de rigorismo ni de permisivismo moral; nos pareceríamos a los escribas del Evangelio. Ellos utilizaban la Ley de Moisés para condenar. También se puede utilizar la misericordia de Jesús para intentar «absolver» todo y esconder ciertos capítulos de la moral cristiana que no son «políticamente correctos». Actualmente el apedreamiento no se usa ya, pero si las palabras fueran piedras.... Es verdad que muchas veces puede ser un deber de conciencia denunciar injusticias, abusos y escándalos, especialmente en cuestiones públicas. Pero no es menos alarmante el auge de programas «del corazón» donde con frecuencia lo que sale a relucir es lo peor del ser humano. «Quien de vosotros esté sin pecado... «. Teóricamente sólo quien fuera totalmente justo podría tener derecho a acusar a otro. En la escena evangélica, paradójicamente, ocurre lo contrario: el único bueno, Cristo, calla y tiene los ojos bajos... Y es que el perdón de Dios no es indiferencia o connivencia con el mal, sino liberación del hombre del peso de las mismas acciones, para así poder afrontar el futuro con nuevos criterios de vida. Jesús condena el pecado, pero salva al pecador. Ése es la auténtica norma evangélica. «Vete y no peques más»: es la palabra de Cristo que sigue resonando en el sacramento de la penitencia, cuando, reconociendo nuestros pecados, es decir, todo lo que no está conforme a la enseñanza de Jesús, nos encomendamos con plena confianza a su misericordia, con el deseo sincero de ser más fieles al Evangelio. Entonces nuestra «confesión» se convierte en señal concreta de esta sinceridad y la absolución del sacerdote en signo expreso del perdón de Dios. En el encuentro misericordioso con la mujer adúltera, Jesús ha demostrado ser capaz, más de lo que pueda ser cualquier psicólogo o terapeuta, de rehabilitar al ser humano consigo mismo y ante Dios. El Señor, fuente de amor, de reconciliación y de paz, es médico gratuito, precisamente porque él es puro regalo de amor: es el Evangelio de la misericordia.