Diario de León

EL AULLIDO

El Día de las Letras Leonesas

Publicado por
LUIS ARTIGUE
León

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LO RECUERDO COMO SI FUERA HOY o fuera siempre: asperaza, ojos cavernosos, calvo como por decisión propia, tez terrosa y rictus serio de hombre con una intransigencia efectiva, militar y de otro tiempo. Era el Hermano Pedro que, en el Colegio Maristas Champagnat de León, a su ardua manera me explicó literatura por primera vez. Y me transmitió así la pasión por la lectura sin saber entonces ni él ni yo que me estaba abriendo una puerta decisiva que conducía a la sensibilidad, a la imaginación y a la vida decididamente intensa. Por aquel entonces, siendo yo un niño que quería inaugurarlo todo, aquel hombre fundó en ese colegio el Día de las Letras Leonesas. Y vi así por primera vez a un escritor. Y descubrí que la literatura, aquel incipiente baúl de misterios, respuestas y sueños que ya empezaba a ser para mí la literatura, la escribían personas de carne y hueso. Ahora me acaba de llamar Aparicio, mi primer profesor de inglés y de muchas más cosas que tienen que ver con lo humano, para decirme que este año el Día de Las letras Leonesas tendrá lugar el 29 de marzo -jueves como en los poemas de César Vallejo- y la escritora invitada y leída será mi amiga Marifé Santiago Bolaños. Por eso, con un punto de nostalgia tanguera, he sentido que en ese lugar y día se reúnen mis afectos. Marifé Santiago Bolaños, una mujer astral como diría Remedios Varo, a veces me parece la reencarnación de María Zambrano y en otras ocasiones -siempre tan elevada, tan elocuente, densa, intensa- la veo como una Djuna Barnes conduciendo por los Campos Elíseos de París un viejo tiburón. Ha llegado al éxito con sus novelas hondas y exigentes -me gustan las tres, el ruralismo mágico y mítico de la primera, El Tiempo de las Lluvias , toda una recreación de ese resumen del universo que es la Maragatería leonesa; también Un Ángel Muerto sobre la Hierba , mi favorita, una historia lírica, femenina y conmovedora sobre las bifurcaciones de la identidad, sobre la gente aparentemente anónima, y un homenaje indirecto a la ciudad de Orense (Calpurnia); y por último El Jardín de las Favoritas Olvidadas , una novela trágica, en el sentido helénico de esa palabra, sobre el teatro como guía y como coro de la conciencia de un personaje fascinante, María Salomón-. Y, digo, aunque ha llegado a ese éxito que supone ser novelista de culto, a mí me mueve, esparce y desordena la Marifé poeta. La de la palabra sagrada y primigenia de Tres Cuadernos de Bitácora , su primer poemario dedicado entre otras cosas a sus raíces maragatas de Boisán de Somoza, y el nunca leído del todo Celebración de la Espera, un poemario singular, casi un libro de postales enviadas al más allá, catálogo denso y por momentos encriptado, pero siempre brillante, de poemas basados en lugares clave para la autora y dedicados todos, muy de fondo como todo homenaje realizado desde lo más profundo, a su padre. Así convierte ella la ausencia en eterna y nutriente presencia, sí, pues la poesía tiene ese poder. Recientemente he releído este poemario último y me he quedado deslumbrado no con los hallazgos verbales, como la primera vez que lo leí, sino con las delicadas emociones de esta poeta que, mediante su libro, parece tratar de enseñarnos el arte de regresar, que es el arte de estar. Y me ha parecido similar su forma de regresar a esto que acabo de sentir al recordar al Hermano Pedro y su Día de las Letras Leonesas, en el salón de actos en cuesta de ese colegio en el que se me empequeñecía la niñez y se me agrandaba la fascinación cuando hablaba el escritor, con su vida inteligente y siempre aparte, en aquel tiempo en el que todo iba tomando para mí, sin yo saberlo, un aura como de leyenda. Voy a volver, con ritmo de tango de Carlos Gardel, a donde todo empieza. Voy a ir el jueves de nuevo al colegio como un niño que sólo sabe lo que intuye, sí, y haré como que no conozco a mi muy querida Marifé por si así puedo, por vez primera, descubrirla.

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