CORNADA DE LOBO
Don Goyo
UNA bandera blanca. Ese era el objeto, todo un símbolo a merced del viento, con el que el pueblo de Otero de Curueño solicitaba sus servicios. Y él, siempre dispuesto, con su maletín y su eterna sonrisa, llegaba... y vencía. Era el héroe de las tardes, el que presagiaba la vida en el oscuro vientre de las vacas y el que acercaba un futuro más halagüeño hasta los establos más humildes. Había tanta fe en sus manos, que los ganaderos, además del profesional que acudía a su cita, veían en él al amigo que les traía excelentes presagios que siempre se cumplían. Por eso bastaban unos segundos y su «soplo divino» a través de una larga cánula de cristal para que don Goyo volviera a resucitar las esperanzas de conseguir, con la llegada del nuevo ternero, el dinero suficiente con el que remendar tanto saco roto. ¡Qué vida y que tiempos aquellos!... Así comienza una semblanza personal y profesional de Gregorio Boixo González, un veterinario de viejo cuño, un albéitar de cercanía al pueblo, arreglador de ganados, gente de gran talla y de mejor entraña, semblanza publicada en la revista «CamparredOnda» bajo el trazo relator de Gregorio Fernández Castañón, que borda en primor el relato. La peripecia biográfica de don Goyo se inicia en el pueblo de su natalicio y de sus pasiones, Vegas del Condado, donde querencia inquietudes y retiros después de treinta y cuatro años de veteriaria rural (se jubiló en Lugán en el ochenta y nueve), galeno de bestias que trotó diariamente por caminos intransitables disolviendo temores y acunando con su saber los sueños de una paisanada humilde de cuadra breve, cuando entonces las vacas tenían nombre propio, trato individual y sus manías. Subía don Goyo Porma arriba, trazaba visitas en Las Arrimadas, regresaba por el Curueño. Su presencia y su bondad las cobraba en el saludo efusivo y franco de todas aquellas gentes que celebraban su llegada, su palabra docta y su entrañable cercanía. Don Goyo es buenísima gente a carta cabal, de la que ya no queda. Su prudencia corre pareja a su saber clásico. La caballerosidad es su norma. Y el rastro de amigos, interminable. Le veo con alguna frecuencia en El Molinillo y siempre se alegra, no guarda rencores (y cabrían en su agitada vida), busca el conciliar... y recuerda, porque tiene vivida la historia de León a ras de pueblo y camino.