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NICOLE Kidman era pecosa. Yo, también. Nicole era ya a los doce años una guapura absoluta. Ya me hubiera gustado a mí tenerla incluso relativa o muy relativa. La Kidman es el catapún de la elegancia juncal. Yo, tampoco. A mí me quedan las pecas. A la Kidman, no. Y aquí se quebró el único nexo posible que podía caberme con el mito australiano de la pantalla y el divismo que derrama, nuestra presunta pertenencia al sindicato internacional de los pecosos, porque, por operarse, doña Nicole se ha operado hasta de las pecas. Las ha borrado y las desterró del mapa de su pellejo tan lechoso, tan hijo de algún gen irlandés que fue confinado en aquellas antípodas por la metrópolis londinense, a cuyo gusto imperial propende la Kidman como hija que es de algún pasado penitencial o vergonzante. Pero la nobleza no la implantan los quirófanos ni los doblones. Las pecas, como los pelos oxidados del pelirrojo, son un estigma para un crío, son la befa de la pandilla y la mofa del aula. Pecoso es sinónimo de gamberrete redomado, atravesadillo, así que da igual lo que hagas por detrás si las pecas te anuncian por delante. Las pecas adornan si son cuatro. Cuatrocientas son peste en la piel; cuatro mil, un nublado. Si, además, ninguno de tu familia las tiene, te pasas media vida preguntándote por qué a tí: ¿misterio de la genética?, ¿señalamiento horrible de los fata morgana ?... De pequeño, me decían que cada peca que te sale en la piel o cada mácula blanca que aflora en la uñas era el reflejo o la consignación incontestable de algún pecado (como las ojeras: lirios moraos, lirios moraos paresen tus ojeras... de haber llorao en silensio la pena de argún pecao ). Harto de pecar debo estar según lo que delata mi pellejo convertido en tablón de anuncios. Si así fue, y no lo pongo en duda, ya me hubiera gustado enterarme para haberme personado en el delito y complacerme en él, ya que he de cargar con sus culpas, pues de nada me valió justificar mis pecas alegando que, de crío, me ponían a tomar el sol bajo el cedazo de las lentejas... Y la Kidman desertó de sus señales, perfumó el engaño. Ahora la tele estrena cosa que paga la componenda estética de un menda o desarreglada. Uy. Sólo es propaganda de la puta fiebre quirúrgica que vende por un pastón la idea de que la belleza puede comprarse. Pero... ¿no era bella la arruga?...

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