CRÉMER CONTRA CRÉMER
Cuando China se convierte en un negocio
LA VERDAD ES QUE CHINA fue siempre, o cuando menos desde que los ingleses inventaron lo del comercio del opio, un lugar condiciadero. Los venecianos se lanzaban a aventuras temerarias solamente para conseguir el dominio de artículos, productos, género o tentaciones puramente comerciales. China era un paraíso para los ambiciosos europeos, que estaban convencidos de que el mundo se había hecho para que le conquistaran los vecinos de Liverpool o de Manchester, dado que la Europa no daba para tanto como ambicionaban los perfidos britanos. Cuando Mao-Tse-Tung consiguió imponer sus lemas, sus signos y sus siglas, después de la Gran Marcha, se habló de la conquista de China por los chinos y se produjo un cierto estremecimiento entre la clase mercantil de Inglaterra, de Francia y de Italia. Pero España todavía andaba curándose las heridas que le había inferido el yanki en Cuba y Filipinas y no le quedaban fuerzas ni dineros para emprender aventuras ni culturales, ni religiosas, ni económicas. Y se limitó a acoger a los chinos desperdigados, que andaban vendiendo collares a tres «peletas» por las calles de Madrid. En tanto que China, pese a todas las resistencias de la competencia crecía, crecía, creía, como las estrellitas del cielo y las arenas de la mar y se llegaba a alcanzar una nómina de chinos de ambos sexos de más de mil millones de gente amarilla, de ambos sexos. Y fue entonces, es decir, es ahora, cuando el resto del mundo, que anda con el culo pegado a todas las paredes de la mendicidad industrial, se dio cuenta de que no era en América, donde España tenía su destino marcado y que Argentina, Cuba, Chile, Ecuador y Colombia, entre otros estadillos americanos, vivían, si a eso se le puede llamar vida, de lo que le permitía el caimán rampante del norte. Y decidió cambiar los rumbos de su aventura industrial y económica y enderezar sus esfuerzos y sus inversiones hacia la China, lo mismo daba que fuera comunista que fascista, el caso era encontrar sitio entre los millones de emperadores de Shangai y de Pekín. Y en eso estamos nada menos que desde León: La Cámara Oficial de Comercio, Industria y Navegación (cuando el Bernesga era navegable) se dispone a establecer, nada menos que en China, un interlocutor válido para la relación estrecha entre los comerciantes de la Calle Ancha y los de la Avenida de Mao, en China. El presidente de la Cámara Leonesa, sin pararse ni en barras ni en titubeos empresariales, se dispone a acoger a un profesional chino que conoce aquella economía, para establecer líneas de relación comercial entre los unos y los otros. Y León, que no acaba de romper la cáscara del huevo de la Fitur, acoge la noticia con entusiasmo y con esperanza, esperando que la iniciativa no sea recogida como propuesta electoral por nuestros partidos políticos, en cuyas manos todo acabaría en promesa electoral y el agente comercial chino terminaría poniendo otro establecimiento de comida barata y de todo lo demás, a cien.