El paisanaje
Cortao
ESO QUE se dice por ahí de que Zapatero no sabe lo que vale un café es una bobada. Se lo preguntó el otro día en televisión un tal Jesús Jordán y el presidente respondió: «Ochenta céntimos», o sea y al cambio poco más de veinte duros. «Vamos, anda», ironizaron rápidamente los columnistas del Partido Popular, que enseguida elucubraban sobre el llamado síndrome de la Moncloa, el escaso valor que nuestro paisano le da al café o al dinero, según se mire, sus menguadas dotes para sumar dos y dos y que le salgan tres en la opa de Endesa y, los más atrevidos, a hacer chistes sobre la última vez que pagó una ronda de su bolsillo. No saben con quién se juegan los cuartos. La última vez que servidor tomó un café con Zapatero fue en el bar Tuy , por donde antaño estuvo Diario de León, junto a la plazoleta que hace esquina a las calles Lucas de Tuy, a veinte zancadas de la casa de su señor padre, y Suero de Quiñones, donde el PSOE local tenía sede alquilada. A lo mejor hasta se acuerda el camarero. De la conversadera de barra a la salida de una rueda de prensa guardo aún memoria, pero me la callo, porque son cosas del pasado que no importan a nadie y, además, pocos las creerían. Sólo diré que pagó él, que el local sigue teniendo honesta fama en el barrio de no clavarte en la consumición y que, menos de un euro, nada. Teniendo en cuenta por dónde alterna ahora el presidente he sacado la conclusión de que los ha vuelto a engañar a todos. ¿Ochenta céntimos? Bote, gracias, y Mariano encima contento. Las preguntas a los políticos sobre la cotidianeidad de la nación están ya muy oídas. A finales de los setenta Carrillo iba al bar del Congreso y pedía sistemáticamente «un cortao y un gobierno de concentración» en la esquina de la barra, sin que le invitara nadie. Cuando Felipe González llegó a La Moncloa, Fraga, recién colgado su bombín de embajador en Londres, interpelaba a gritos al andaluz con la diplomacia que aún le caracteriza para preguntar sobre los problemas reales del país y de la gente de a pie: «¿Sabe usted, señor presidente», tronaba desde el hemiciclo y menos mal que era sólo medio, «a cómo está el kilo de garbanzos?». La frase hizo fortuna por lo rancio, así que los periodistas de la época, el que más y el que menos veinteañero, escribimos que Fraga debía de tener de jefe de prensa a Pérez Galdós, el canario de la antepenúltima generación del otro siglo, más conocido por «don Benito el garbancero». Episodios nacionales, en fin. Vuelta la burra al trigo, como diría don Manoliño en Buckingan Palace, también una vez a Margaret Tatcher le preguntaron si sabia el precio del billete del metro, a lo que milady de hierro se hizo un lío entre libras, chelines y peniques que no venían a cuento ni a cuenta. Y quedó en ridículo. No es el caso de Zapatero. Le da a uno en la nariz que el entrevistador televisivo Jesús Cerdán, privilegiado colega por un día -servidor ya no alcanza a preguntarle a Zapatero ni la hora- no es un periodista amateur. A lo mejor, rascándole un poco, sale un carné de la UGT o del PSOE, cosas más raras se han visto, y, más aún, lo raro sería lo contrario: los titulares de prensa del día siguiente iban todos café con leche, sin ningún poso del carajillo catalán, el vasco, la inmigración, las hipotecas, lo de Endesa, el 11-M, etcétera. «A esto lo llamo yo diluir el azucarillo», sentenció cazurro el miércoles mi tabernero de cabecera, «¿Quieres otro o apago la tele?». «No te voy a decir a quién voto», respondió también el miércoles el tal Cerdán a otro colega, limitándodose a señalar luego que era pamplonica, maestro de escuela, vendedor de seguros, bedel de una academia, empleado de una empresa de aire acondicionado y partidario de no sumar Navarra a Euskadi, aparte de que lo le lleguen los euros a fin de mes. Con estas señas de identidad apolítico no es, pero por el curriculum lo mismo podría ser socialista a la antigua, rama crítica de los Nicolases Redondos, que de la manifa del PP de Rajoy cuando la otra semana. O de nadie y sólo estaba cabreado, porque de Zapatero añadió que lo de los ochenta centimos «sería en tiempos del abuelo Pachi», en alusión a Franco, y de Mariano que «nunca se le ha visto pedir el menú del día en el restaurante». No pocos bares a lo largo y ancho de España sirven esta semana «café a precio Zapatero», no se sabe si para captar parroquianos o de recochineo, pero las rebajas son las rebajas, menos en el Hostal de San Marcos y en Casa Benito , donde Alfredo hace tiempo que se apuntó también al redondeo del euro. El problema de España no es lo que cuesta un café, céntimo arriba o abajo, sino Zapatero. Y queda aún un año de propina hasta las próximas elecciones generales.