El paisanaje
Pocos y mal avenidos
El PALACIO de los Guzmanes, sede de la Diputación, es una sólida casa del XVI que ya entonces maravilló a Felipe II, el cual, tras admirar piedras, balconadas y rejas, le dijo al noble clérigo que la había levantado: «demasiado fierro para un obispo». Hoy día su solidez sigue haciendo honor a la historia, tanto en rimbombancia política como en lo saneado de sus arcas, al menos comparadas con los bolsillos del alcalde Amilivia, que son un agujero sin fondo -o un agujero negro, según el horóscopo astral de tanto proveedor municipal que sigue sin cobrar- aunque la Junta le haya restado presupuestos y competencias. Entre los funcionarios de palacio, agradecidos de cobrar la nómina, corre de boca en boca por los siglos de los siglos, el dicho que allí no es fácil entrar, «pero todavía es más difícil salir». Esto reza para el funcionariado, que desde el secretario de la excelentísima hasta el último peón caminero, se jaztan de ser fijos, mientras que los diputados sólo tienen contrato por cuatro años, más una prórroga con suerte en las siguientes elecciones, aunque algunos hayan habitado allí más trienios que el propio obispo don Guzmán. Los hay, incluso, de la extinta UCD de los años setenta que volvieron a resucitar en los noventa y siguen muy vivos. Por la presidencia de la Diputación hay ahora una pugna en el PP leonés donde se cruza otra vez demasiado fierro, pero de navajas cabriteras, entre partidarios de la presidenta del partido, señora Carrasco, cuyo nombre ya de por sí impone, y los del presidente saliente, don Javier García-Prieto, que lo más probable es que salga como no le eche un capote desde la Junta su amigo Juan Vicente Herrera. El duelo en las listas se dilucidará esta semana y, es lo que yo digo, a pesar de tanto puñal a lo mejor se están repartiendo la piel del oso antes de cazarlo. Porque, aprovechando las fiestas de Semana Santa, no puede uno menos que reflexionar sobre los cristos internos en demarcaciones electorales como Ponferrada, Astorga o Cistierna. «Al mal Cristo, mucha sangre», como dice el refrán imaginero, o con el PP a cuestas por el camino de la amargura. Aunque lo mismo pasa en el PSOE aquí al lado, en Villaquilambre, porque esa es otra corona de espinas para el secretario provincial y alcalde de San Andrés, Miguel Martínez, que también aspira a presidir la Diputación sin decir ni mu, pero la procesión le va por dentro. Volviendo al PP, que es donde hay más algarabía, puede decirse que cada vez son menos y peor avenidos. En los cargos públicos, se sobreentiende. Tengo yo un amigo en política, cuyo nombre se omite para no desgraciarlo, según el cual quien no se mueve por la teoría marxista (la cartera) lo hace por la humanista democristiana (un palmo más abajo del ombligo), y casi siempre acierta. Para mí, sin embargo, que en la Diputación cada cual está defendiendo su economía particular con dos cojones, y que perdone el obispo Guzmán, lo que complica las tesis de mi amigo, además de la cosa pública. Como sigan así, en el PP local van a hacer las próximas listas por el sistema de las sillas musicales, conocido juego infantil que consiste en que, cuando se para la música, como siempre hay un danzante más que cargos y el baile no para de menguar, todos se van quedando paulatinamente sin silla, además de sin resuello. Y, cuando nombren al último para apagar la luz, es de temer también que se siente triunfalmente y diga aquello de «llevándose bien, no hay como uno solo». En el patio renacentista del Palacio de los Guzmanes hay un pozo, con su carril y su soga, donde antaño manaba agua. Hoy ha caído en desuso porque la liquidez de la Diputación llega de la Junta o de Madrid, aunque los presupuestos no siempre sean potables y, además, no caigan ni cuatro gotas. Se le ocurre a uno que todavía podría tener cierta utilidad cavándolo otro poco y tirando hasta lo más profundo a tanto aspirante a regir los destinos provinciales que luego te salen ranas. Habría que tener cuidado, no obstante, con lo que se tira: primero, hay mucho diputado anfibio; segundo, otros para sobrevivir no tendrían inconveniente en desayunar sapos y culebras; y, tercero, mayormente son unos trepas, así que lo mejor sería tirar también la cuerda al pozo. Este trajín cuatrienal de las elecciones se arreglaba fácil, según mi abuela, que, ya cuando la República, era partidaria de las listas abiertas. Si le hubieran hecho caso ni Franco hubiera pasado de cabo ni ella a viuda de guerra. Ahora que vuelve a estar de moda la memoria histórica, igual me pasa a mí con Zapatero. Cuánta razón tenía mi abuela, porque con listas abiertas, ni pedáneo. Y, en cuanto a la quiniela de la Diputación, más que una «x» servidor pondría un «1». Más que nada por casero.