EL AULLIDO
Lee esto y enamórate
TODOS ALGUNA VEZ, mientras paseábamos por la calle Ordoño II, hemos mirado a un autobús parado esperando a que el disco verde del semáforo se ilumine, y entonces la hemos visto. Todos nos hemos fijado en esa mujer de ojos como estrellas fugaces, esa mujer hermosa y distraída que va sentada junto a la ventanilla; esa desconocida que viaja sola y, como sin pretenderlo, de repente nos mira. La miramos. Dura sólo un instante ese encuentro visual -nuestros ojos y los suyos que fabrican un puente- y luego el autobús se va junto a eso que pudiera haber sido. Junto a un sueño que también se va. Todos llevamos dentro este argumento de cuento para que pueda consolarnos de las contrariedades cotidianas. Reconforta saber que por ahí, viajando en un autobús de línea, existe otra oportunidad. Que todo pudo haber sido diferente entonces y, de hecho, cualquier día podría ser distinto. Acaso mañana vuelva el autobús, y en ese mismo momento lo dejaremos todo e impulsivamente echaremos a correr hacia la puerta. Probablemente entonces el conductor advierta el hastío en nuestros ojos; probablemente se dé cuenta de que el aburrimiento nos impulsa a agarrarnos a lo que sea. Y abrirá. Y nos sentaremos al lado de ella. Y cambiaremos de vida. Vivir tiene su rutina gelatinosa y sus autobuses con hermosas desconocidas. Por eso en la existencia la imaginación no pertenece sólo al terreno del entretenimiento; más bien la imaginación tiene algo de magia verdadera, y de reconciliación con el mundo aparentemente inexistente. Oh, casi no puedo creer que hoy yo haya hecho precisamente eso; que me haya puesto a correr como un guepardo y, en el paso de cebra, el conductor se apiadara religiosamente entonces de mi acto ridículo, y me abriera la puerta. Te he mirado con complicidad mientras avanzaba fatigado por el pasillo -aunque tú fingías indiferencia- y me he sentado a tu lado. Llevamos ya diez minutos así, juntos y distantes, pues la verdad es que no acabo de atreverme a hablar contigo, ya que corro el riesgo de estropearlo todo. Además me parece sospechoso el hecho de que lleves encima de tus rodillas un ejemplar de la revista «Pronto», y que estés tan maquillada como Toro Sentado cuando quiere pedir guerra, y que continúes mirando descaradamente por la ventanilla a tipos desconocidos como haciendo caso omiso al hecho de que hoy he venido, y me he sentado aquí. Supongo que la imaginación intensifica la vida pero no puede cambiar la realidad, sino tan sólo a nosotros. Supongo que no me has reconocido sin mis gafas de pasta. Supongo que no debería haber subido a este autobús sino que me debiera haber bastado con saber que existe, y que lo conduce un ángel disfrazado de persona corriente, y que al hacer su recorrido pasa junto a mí muy de vez en cuando como la buena suerte, y que en él, sentada sola, siempre hay alguien como tú pero no tú. Voy a bajar en la próxima parada ahora que aún no nos hemos conocido, y seguiré con mi vida de siempre por si acaso. Pero no pienso renunciar a mi existencia secreta, a mi imaginación. Y por eso seguiré mirando a las ventanillas de los autobuses hasta toparme otra vez con unos ojos claros, acompasados, con unos ojos hermanos gemelos de los míos. Los dejaré marchar sin olvidarlos y me agarraré entonces a la posibilidad que yo me invente. Pensaré que todo pudo haber sido de otra forma si hubiera echado a correr, y me hubiera atrevido a perseguir a la mujer portadora de aquellos ojos; a la mujer de mi vida paralela. El acto heroico y patético de usar el transporte público ahora me parece una epopeya. Y ya no me cabe ninguna duda de que todos alguna vez, mientras paseábamos por la calle, hemos mirado a un autobús parado esperando a que el disco del semáforo se ponga en verde, y entonces la hemos visto. Siempre esta historia ha estado en la imaginación de alguien. Por eso, en el nombre de todos los soñadores, yo hoy la escribo.