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CARLOS G. REIGOSA
León

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TRAS EL 11-S, el presidente Bush, con una determinación tan firme como ciega, se enfrentó al miedo de los estadounidenses gritando: «¡Que el miedo lo tengan ellos!». ¿Quiénes? Los malos. Los de Al Qaida y compañía. Los del eje del mal (Irak, Siria y Corea del Norte). Más o menos, su discurso era el de Harrison Ford en la película Air Force One. Tan ingenuo y tan peligroso, pero mucho más interesado, sectario, burdo y mezquino. Casi seis años después, el resultado está a la vista: el miedo ha aumentado entre los estadounidenses y no hay noticia de que haya ocurrido otro tanto entre sus enemigos: la insurgencia iraquí, los Gobiernos iraní y sirio, los talibanes afganos o los chantajistas norcoreanos. El juego del miedo ha terminado por atrapar a quien se consideraba capaz de controlarlo y administrarlo. La caja de Pandora se abrió en Estados Unidos y ya no hay manera de encerrar de nuevo el pavor que había dentro y que se ha extendido a toda la sociedad, justificando, de paso, toda clase de medidas represivas y de control de los ciudadanos. El tiro ha salido por la culata, claramente. Y Bush ya es incapaz de imaginar una solución o un remedio, porque el líder que quería asustar a los demás está paralizado por el miedo. Pero tampoco los demócratas brillan en la presentación de otras opciones. Le llevan la contraria a Bush sin explicar qué harían en su lugar. La demócrata Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, se fotografió con los sirios y se divirtió enfadando a Bush, pero no ha transmitido ningún mensaje alternativo. Se limitó a dejar claro que ella no es Bush. Y esto no basta. Debería explicar con claridad sus diferencias en la guerra de Irak y cómo se materializarían en la práctica. Bush se ha descalificado a sí mismo en un proceso de errores imperdonables. Pero ¿dónde están los aciertos de los demócratas que pretenden enmendarle la plana? Es preocupante la actitud de Irán, pero más lo es la confusión que genera EE.?UU. y que nadie entiende. Estados Unidos es hoy una fuente de caos, miedo e incertidumbre en la política internacional. Y los demócratas empiezan a tener su parte de culpa en ello.