Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

La estudiantina se divierte

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VICTORIANO CRÉMER
León

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C OMO SE CELEBRARON los festejos previstos para conmemorar la existencia lúdica de la estudiantina de Ingeniería Industrial, los afectados por el evento hicieron un programa que, quizá, tal vez, quien sabe, se salió de madre, de padre y demás familia. Tampoco nos corresponde a nosotros analizar los alcances de la conmemoración de la jornada. Primero porque no estamos inscritos en la nómina de la estudiantina. Se nos pasó el arroz hace tiempo, pero ello no es óbice para que no prestemos la atención que se debe a un hecho que ha provocado en la ciudad un cierto desconcierto. Quizá porque el acto más sobresaliente o si se quiere más popular fue la organización de un botellón gigantesco, en el cual, según dicen los que estaban en la pomada, tomaron parte y arte no menos de seis mil acólitos. O sea, que un núcleo muy numeroso y significativo dio color y sabor al ceremonial. Y como consecuencia y respondiendo a la característica del jolgorio, se produjeron maculaciones notables en el paisaje universitario. Hubo que cerrar puertas y ventanas para que la cosa no fuera a más y los píos padres procesales se apresuraron a condenar la representación con severas penas retóricas. Y no es eso, no es esa precisamente la lección que debemos todos sacar del acontecimiento del cual debe desprenderse en principio que algo falla en la concepción lúdica de la estudiantina para que no se les ocurra otra manera de señalar la fiesta si no es convirtiéndola en un motivo esperpéntico y arriesgado. Porque lo del famoso y nunca bien ponderado botellón no es, en puridad, sino una forma de la juventud amargada y de futuro incierto de protestar, de rebelarse, de expresar su insatisfacción. La juventud está insegura y oculta su preocupación disipándola entre vapores venenosos. El resultado, como sucede siempre, cuando la juventud es traicionada, la juventud se subleva. Puede pues asegurarse que el fenómeno del botellón como escape de una situación negativa no es sino un argumento belicoso para contrarrestar, por ejemplo, la corrupción social, política y cultural. Las Universidades envían al paro a millares de jóvenes que han pasado cuatro, cinco o seis años sometidos a la clausura de su propia condición de juventud en marcha, y cuando al fin terminan sus contratos universitarios, se encuentran con que no tienen dónde acogerse; como conseguir un puesto de trabajo: o permitirse una acción de amor, sin vivienda posible, sin medios a la vista, condenado a depender de todos y de ninguno. Y acaban desesperados, sin esperanzas de futuro. «Juventud, divino tesoro», clamaba Rubén Darío previniendo ya a las generaciones que pretendían asomarse al mundo de las dificultades y traiciones de que iban a ser víctimas. Y en esas estamos. Y de ahí, señoras y señores de la sala, viene lo del Botellón, lo de la droga y sus sucios manipuladores. ¿Qué tiene de extraño que la estudiantina aproveche cuantas oportunidades se le ofrezcan para protestar, para rebelarse, para escupir en el rostro de la sociedad? ¡Pues eso!

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