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Publicado por
CARLOS G. REIGOSA
León

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CUANDO Bush descubrió, tras el 11-S, que su misión principal como presidente de EE.UU. era combatir al terrorismo internacional, no cometió un error. Se equivocó cuando optó por concentrar sus iras en Sadam Huseín, que nada tenía que ver con los terroristas de Al Qaída que habían abatido las Torres Gemelas. Y volvió a equivocarse, esta vez irreparablemente, cuando decidió prescindir de todo consejo aliado y encenagarse obcecadamente en Irak. Se ha equivocado de enemigo y la realidad de hoy demuestra lo caro que resulta un error táctico y estratégico de esta naturaleza. Los aliados europeos, con la excepción del Reino Unido y el esperpéntico apoyo de España, se hicieron a un lado y dejaron que el coloso americano se precipitase en el fango petrolífero iraquí. Bush se equivocó de medio a medio, de ello no cabe ninguna duda, pero ¿acertaron el presidente francés Jacques Chirac y el canciller alemán Gerhard Schröder al dedicarse a jugar al antiamericanismo más ramplón, primario e insolidario? Zapatero retiró las tropas españolas de Irak en cumplimiento de una promesa electoral. En verdad, nuestros efectivos militares no hacían otra cosa que escenificar allí el apoyo de Aznar a los angloamericanos. Por eso tampoco nos echaron en falta. Nuestra retirada tuvo todo el sentido en la medida en que nos habían equivocado de enemigo, y así debiéramos habérselo dicho a EE.UU., en vez de enviarle signos infantiles de confrontación. Lo de Irak es un espeluznante error de la Administración Bush, pero lo de Al Qaida es una realidad preocupante y cada vez más próxima, no inventada por algún neoconservador estadounidense al que poder echarle la culpa. Los recientes sucesos de Argel y Casablanca acreditan el crecimiento del islamismo radical en el norte de África. Y las referencias de Al Qaida a Ceuta y Melilla y a un califato panislámico que incluya Al Ándalus no se pueden pasar por alto sin caer en grave irresponsabilidad. El Gobierno parece haber tomado buena nota de los acontecimientos. El siguiente paso sería que los grandes países de la Unión Europea -y también Rusia y China, si son previsores- le ayudasen a EE.UU. a acertar con el enemigo común.