CRÉMER CONTRA CRÉMER
Confusión en las urnas
LA VERDAD ES QUE YO, concretamente yo, el que soy o me lo parece, no acabo de entender esto de la formación de las listas para ocupar el puesto que todos se creen merecer, pero que en la realidad acaba por demostrarse que no es oro todo lo que reluce. Pensar que para elegir unos concejales para ocupar el escaño fijado por el mando, es o puede ser un motivo de auténtica desesperación para los unos y para los otros, dado que al cabo de centenares de días con sus noches y un sin fin de encuentros, de talleres y de comprobaciones partidistas para ver quien de entre los que figuran en la lista pueden ser considerados como suficientemente listos y bien dotados para merecer el cargo, es para detener el carro electoral, para concentrarse un tiempo para la reflexión. ¿Pero tan difícil es dar con el personaje indicado, que no se le encuentra en todo el ámbito de la tierra madre? Pues así es, señoras de la sala. Se dice, se mencionan, se proponen de boquillas nombres, los unos inéditos y los otros más andados por todos los caminos políticos, como para marear al observador. En Astorga, me dicen, me cuentan, el electorado está sentado a la puerta de su respectiva tienda hasta ver si el previsto para la alcaldía acepta el nombramiento definitivo, o tiene que esperar a que los profetas emitan su veredicto y descubran las que pueden ser las intenciones del señor Perandones. Y algo más estrepitosamente, por más variado es lo que ocurre en Villaquilambre, en La Bañeza o en Ponferrada, en donde todos dan como ciertos, como evidentes, como inasequibles al desaliento a Fulano y a Mengano, sin eludir el compromiso femenino que va a por todas para cubrir el compromiso contraído con el género. En la capital del Viejo Reino lo que ocurre es que no disponemos de personal. Se entiende personal apto para cubrir el puesto que tienen allí a la espera de su afirmación. En León, que es el Reino del que hablamos nosotros y habló la Pícara Justina, no hay hombres. No hay hombres ni mujeres. Y si las hay yo no las veo/ «estarán en la cocina/ espumando los pucheros¿». Es un cantar cuyo texto ya no se lleva, porque cocinar, lo que se dice cocinar es cosa de hombres. Y de hombres solemnes, importantes, aptos para todos los guisos, incluido el potaje político. Salvo alguna mención acogida sobre la marcha, eludimos el compromiso de citar nombres. Porque la cita además de arriesgada supone que disponemos de confidencias fidedignas y no es verdad. Aquí no sabe nadie nada de lo que quisiera o debiera saber y vamos a las urnas tan confusos, tan ajenos a la verdad de lo que se cuece en las cocinas políticas, que incluso, como sucede por cierto en León, sabiendo como sabemos todos los nombres y apellidos juntamente con la ficha policial y política de todos y cada uno de los políticos flotantes, para evitar tropiezos y colaborar en la escenografía de la confusión, evitamos pronunciar los de aquellos que aparecen con mayores asonos de verdad en los anales. Deseamos, por la cuenta que nos tiene, que acierten los cocineros en el guiso y no nos salga rana el elegido, porque para sustos ya tenemos bastante con Hacienda.