CRÉMER CONTRA CRÉMER
Lucha entre rufianes
LO QUE VERDADERAMENTE caracterizaba la relación social en los felices tiempos de los apóstoles, era el respeto que cada grupo y naturalmente cada persona tenía por su prójimo, por su vecino, incluso por su opositor, contrincante o enemigo. Lo de que al enemigo se le debiera pagar con la misma moneda que se supone que el rival esgrime, no es sino una manera como otra cualquiera de disculpar cuando no justificar la mala educación de que somos portadores, cuando respondemos con un despropósito sus agresiones verbales. La bien ilustre e ilustrada Secretaria de Estado de Asuntos Sociales, Doña Amparo Valcarce, berciana de nacencia y naturalmente leonesa de corazón y de costumbre, anda a vueltas y revueltas con la feliz invención de auxilio, de ayuda, de rescate de aquellos seres dejados de la mano de la fortuna y necesitados de ayuda. Son los dependientes. Y a la santa que corresponda acudimos nosotros para que nos libre de todas las asechanzas que obliguen a la intervención de todos aquellos dedicados al cuidado de ancianos, de enfermos, de impedidos, de míseros e infelices discapacitados que requieren el socorro, blanco o rojo, que les rescate de su mal. En realidad se trata o debiera tratarse de una cierta forma de solidaridad que impide que el hombre permita que se le escape por las cañas de la mala sangre, insultos, culpabilidad o denuncias. Y convencidos de esto, solicitamos frecuentemente que cesen los alardes de mal gusto, de pésima educación y de inaguantables demostraciones de zafiedad que los políticos emiten, así que el rival, en uso de su pésima educación se permite la licencia de recordar al contrario alguna falla en la arquitectura familiar. El señor presidente del Gobierno, en uso de las facultades que le confiere su condición y en defensa de su integridad ética, ha contestado al líder de la santa oposición, delatando los incumplimientos de la regla establecida entre caballeros denunciando todos aquellos casos en los cuales el rival, el contrario, el enemigo, hizo uso legal de su poder para conceder gracia a determinados incurso en delito de algo. Y en un encuentro público, el uno en representación de sí mismo y el otro lo mismo, se enzarzaron en una disputa, en una reyerta oral que constituyó el motivo de escándalo político más sensible del momento. Y esto sucede cuando se anuncian las fechas cercanas de la elección de representantes para el mejor gobierno de la ínsula y consecuentemente cuando se supone que el candidato goza de todas las virtudes morales profesionales y técnicas necesarias para que al fin la paz sea con nosotros. Si de verdad se aspira a un desarrollo normal y civilizado de la pugna electoral, habrá que imponer la ley del silencio a todos los responsables políticos. Porque ¿cómo se puede exigir probidad, serenidad y espíritu de convivencia a los unos si los de arriba, los del mando y la responsabilidad, se ponen como no digan dueñas? O sea de golfos mercantes.