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CRÉMER CONTRA CRÉMER

Hablando con terroristas

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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PARA ACLARARME YO MISMO, acudo a los libros, manantial de mis escasos saberes y pregunto: «¿Me hace usted el favor de explicarme con claridad qué debo entender por terroristas condenados a los que ninguna persona decente le dirija la palabra?» Y voy y respondo: «¡Pues verá usted, hay terroristas de santísimas clases, número y género, que esclarecer la principal característica de un terrorista se hace muy difícil, pero para su corto conocimiento y demás afectos, debo explicarle que por terrorista yo entiendo que debe ser aquel que produce terror». Que no precisamente miedo, sino espanto y ese estado singular de cautela que se manifiesta cuando un personaje, individuo o indino a la deriva se hace presente en nuestra biografía. En el estado democrático de la España en la que vivimos, los terrorismos se han manifestado tan copiosos que es como si el Gobierno no pudiera enderezar la ruta del maleante, propiamente dicho. Y se produce una lucha a muerte si una de las porciones políticas de España decide establecer contacto con la otra parte contratante para analizar la situación y ver de encontrar solución a tantísimos y tan complicados estados de ánimo público. La lucha o la gran contradicción de los españoles en lucha no está en si los electores votan o no votan, ni tampoco si el de la acera de enfrente se ha ido de la lengua y se ha permitido la licencia, que es un insulto, de negar el agua bendita al contrario, por hereje. Yo no digno mi canción, sino a quien conmigo va, dice el poeta y se muerde la lengua para someterla a cuidadoso silencio. Los unos dicen que acercarse siquiera al pecador es pecado mortal, y en lugar de provocar la reunión y el diálogo civilizado, le negamos al calificado de enemigo, el pan, la sal y el puchero a la lumbre con agua sola. («Tanto y cuanta democracia, tanta farola/ y el puchero a la lumbre con agua sola»). Y entonces se sale de madre el contante rival y dice que precisamente porque queremos la paz, debemos hablar con blancos y negros, con extranjeros y con imágenes. Y al que habla con un militante de la partida rival, se le retira la confianza y la fe de vida, condenándole al infierno. Y así resulta después o al cabo, una nación de beligerantes y no una democracia de posible vecinos amigos. Hablar con el enemigo es bueno, es saludable y es conveniente, aunque conviene que todos, antes de dictaminar o de condenar, hagamos confesión de nuestras propias culpas y consideremos que el enemigo no se hace, el enemigo nace, como el poeta. El líder vasco dialoga con la fracción política rival. El gesto es suficiente para condenarle. El sumo militante socialista da un paso al frente y se aviene a encontrarse con éste o con el otro contrario. Se escucha un ruido de tormenta política. La nación ya no es la España partida, es la España de los enemigos. ¡Así nos va!