Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Las costaleras

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VICTORIANO CRÉMER
León

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HASTA AHORA, precisamente cuando ya los humos de los ciriales de la procesión de la Virgen de mi calle, vuelve a su férreo refugio del Mercado; precisamente ahora, es cuando se pone sobre la mesa de los análisis el hecho de que la mujer sea: primero, llamada a formar parte de los costaleros, o forzudos de la fe, que llevan al Cristo muerto a sus espaldas para que le sean perdonados al mundo cristiano sus muchos pecados (que ¡vaya si les tiene!). La mujer, como siempre que se apela a su colaboración en aras de la fe de nuestros mayores y menores acude a la cita, se ciñen la faja de la pesadumbre y se aprieta las venas de las sienes con un dogal de seda y padrenuestros. Porque la mujer, sea española, napolitana o peruana, ha sido siempre muy creyenciera, que dicen por Cartagena de Indias. Y el hombre, el forzado de Dragut, el costalero profesional, se resiste a cederle a la mujer un puesto que ha conquistado con sangre, sudor y lágrimas. Y la mujer, ante la tropelía que supone que no la permitan pujar en la sombría hondura del paso por su santo, por su dolorosa, por su Cristo en la cruz, por su Magdalena, la santa perdida y hallada en la senda del gran mártir, protesta y eleva su demanda a los más altos poderes eclesiales para que la permitan sumirse al lado de los hombres en las entrañas de la imagen de su devoción. Porque la mujer, carga con el santo porque su fe la obliga y piensa que no le es permitido eludir este sacrificio, si quiere demostrar su cristianidad. Y el hombre, que pugna entre la fe y el interés de una soldada, necesaria para cubrir el compromiso humano de dar de comer a sus hijos, acepta el trabajo y rechaza la tentación. Porque es ahí donde radica el mal: en la tentación. Porque el varón es un animal lúbrico y así que se pone y se le propone la cercanía de una cierta parte de la hembra, por muy engualdrapada que esté bajo el capuchón, se pone a tiro, quiere decirse que no resiste la tentación de la hembra en sus proximidades y comete adulterio y lo que haya de cometerse para satisfacer instintos que no se disipan ni con el olor santo de los ciriales, ni con el estrépito de las cornetas, ni con el redoble del tambor. Y los curas, que saben de las tentaciones de la carne como saben del amor humano, a través de confesiones y de reflexiones, toman la sana decisión de sacar a la mujer de esos fondos, que para lo sagrado están pensados y prohibe a las hembras de torneadas sombras que exciten a los trabajadores, que pujen por los santos, como pudieran dedicar sus fuerzas a abrir zanjas para que corra el agua. Y aconseja recitar parte del poema popular, que dice: Con tus lindos rosetones/ más rojos que la sangría/ del costado redentor/ saludas en los balcones/ al Cristo de la agonía/ que pasa en las procesiones/ al redoble del tambor¿ Y es que la mujer, mujer, y el gato, miss...

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